Desde hace pocos días, me transformé en
la abuela de….la Cajera de mi Banco.
El cielo pesado, gris, caía en forma de
fina lluvia que iluminaba el pavimento y pensé (porque aún pienso) : voy al
banco dado el día según el calendario. La lluvia iba amainando, pocas personas
se dirigirían a la noble institución.
Efectivamente, éramos 4 personas y 6
cajeros “humanos”; no me había equivocado en la forma de pensar.
Los Bancos me han provocado cierto
escozor, desde niña, ¿estaría por descubrir el porqué?.
Cuando mi número me indicaba la cajera
hacia la cual debía dirigirme, sonreí debajo del barbijo, y también con la
mirada, dado que la conocía.
Su mirada clara y fría, su voz
impersonal, ante mi inquietud, y luego su mano firme, tendiéndome un escrito
con instrucciones…, quise agregar alguna palabra, pero simplemente me
dice: Abuela, vaya a su casa e
inténtelo desde su hogar.
Quedé petrificada, no pude articular
palabras, y me fui lo más erguida que
pude, mascullando entre charco y charco, entre baldosa floja y baldosa floja.
Me iba preguntando, ¿cuándo me convertí
en la abuela de la cajera de mi banco?.
Hace 6 meses atrás, yo le hacía los
análisis a su hijo, y le “explicaba”: que los glóbulos blancos eran normales,
que estaba en el límite de la ferremia, pero que no era preocupante y que por
suerte su garganta estaba libre de gérmenes patógenos…
Mi abuelo lo miraba con ojos hechizados, me “enseñó” los colores, cuando una fruta
estaba madura para explorar el gusto en la boca, a tener sueños. Aquí las
palabras tenían un peso…
En 6 meses me convertí en la abuela de
la cajera de mi banco, sin percibirlo, y se me quitó la posibilidad de mostrar
algo de lo que fui aprendiendo.
Abuelo: una palabra íntima protectora
que en estos tiempos suena sin color, sin afecto, hueca;
Más abrigable sería decir: viejo.
¿Desde cuándo pasé a ser la abuela de
la cajera de mi banco?
No pude elegir, no pude ser escuchada, se
me impuso ser su abuela…
Mi abuelo, estar con él, sus anécdotas,
sus silencios, todo era cobijo y placer.
Un Relámpago rajó el cielo y me seguía
cuestionando que “saber” le podría brindar a mi nieta: la cajera de mi banco,
luego de tan sólo 6 meses en que pasé abruptamente a ser su abuela.
La llovizna caía suave, se entrometía en las ramas cada vez más
desnudas de los álamos, llegué a casa, al abrir la puerta me empujó el silencio,
escuché la casa, percibí el suelo bajo mis pies.
La soledad estaba en los almohadones,
detrás del televisor, en la lámpara, en el jardín, pesaba, inundaba….¿era la
protección?.
El lugar del viejo se hace relegado
pequeño e incluso “acorralado”. Serían dos confinamientos: el de la pandemia y
el de la vejez.
Busqué amparo, como junto a mi abuelo, descubriendo ambos como
cambiaban los colores del ocaso, y me acordé de la letra de una canción:
Soy una niña de 62 años, que va haciendo
su vida sin haber entendido nada.
La Gata
Bacana (miembra del Taller literario para adultos mayores de la biblioteca Argentina "Juan Álvarez".
Pintura: Edvard Munch
Que chasco! Sobre llovido mojado.
ResponderEliminarTremendo relato! 👏
ResponderEliminarBuenisimo ooo!!!
ResponderEliminarGracias Abuela!
ResponderEliminarOrgullosa con el título de abuela sin homebanking
ResponderEliminarConmovida!
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ResponderEliminarMuy interesante relato, pero sentirse a los 62 años abuela de la cajera de un banco, como nos sentimos después de eso, solo depende del valor que NOSOTROS MISMOS, le demos-esto viene de los griegos antiguos- y muchas veces es SANADOR, si lo vivenciamos !!!
ResponderEliminarHermoso relato María, me encantó..🌟❤️
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