lunes, 31 de agosto de 2020

Abejas


 

Al igual que las abejas

en equipo debemos trabajar
cada uno vive para los demás
solos no nos podremos salvar.
 
Vayamos al néctar de la vida
endulcemos la existencia de los demás.
Ayudemos al otro a continuar.
 
Como las abejas,
compartamos nuestra riqueza,
como ellas, llevan el polen
de una flor a otra,
llevemos también nosotros nuestra comprensión, amor y felicidad...
 
Y sólo cuando sea necesario
clavemos el aguijón.

Texto: Claudia Turcato
Pintura: Wassily Kandinsky

viernes, 21 de agosto de 2020

Ese cuadro en esa pared

 


No sé cuándo comenzó a querer viajar. Dicen que de niño leía cuentos de aventuras. Leía mucho. Cuando estaba en sus últimos años de medicina partió, creo que sin fecha de regreso. O tal vez no, tal vez todavía no se había diseminado en él el germen radical de la aventura. Pero lo cierto es que de ese viaje no volvió siendo el mismo. Mientras leo sus diarios me siento libre. Paseo por los campos y selvas de Latinoamérica, mateo y masco tabaco con miles de campesinos que me dicen estar dispuestos a declarar la guerra, y que para eso sólo falta que yo me anime. No quisiera terminar de leer esos diarios. Quisiera arrojar por la ventanilla el boleto de regreso. Hace un tiempo que mientras escribo lo veo colgando de la pared, mirándome, eligiendo mis ojos para zambullirse en una nueva aventura. Parece que le gusta mi cuerpo, tal vez crea que allí puede establecer un foco.  Lo miro una y otra vez, dejo el teclado por un momento, le doy una tregua, y lo miro. Creo que me dice que me meta, que ya no piense en cómo queda lo que escribo, que parta, que me zambulla, que no vuelva, que mis pies en esta tierra pierden el tiempo, que nada se puede esperar en este territorio. 

Lo veo colgando de mi pared. Hace ya más de dos décadas que está allí clavado. Lo miro con tristeza, lo miro con dolor, lo miro con rabia, con impotencia, y le recuerdo que el viaje sin pasaje de regreso, como el que él había emprendido, en este mundo es imposible. Si él hubiese ganado la guerra que lo enterró la cosa podría haber sido diferente. Pero no ganó. Crecimos bajo la tiranía de los que lo derrotaron. Las primeras palabras que aprendimos eran códigos secretos que sólo las máquinas comprendían. Así las hacíamos funcionar.  Hoy son ellas la que tienen el código secreto que nos hace funcionar a nosotros. Hoy compramos el pasaje que nos lleva a una tierra donde se elevan los hospitales de campaña. Es el único lugar al que nos animamos a viajar. Cuando volvemos podemos otra vez dedicarnos a lo único que sabemos hacer: producir. En mi caso produzco para el lector, bajo su tiranía. Él me explota, borra lo que le escribo, me sanciona, me paga los viajes para que me tome unas vacaciones y vuelva a él. Debo ser un escritor gramaticalmente correcto, debo arrodillarme frente a él y garantizar con mi pluma que su imperio se sostenga. Soy su bufón. Soy su felpudo.

Bajo esta tiranía, lo último que podría ser es un revolucionario. Los presos no hacen revoluciones.  

Texto: Mauro Paradiso

Pintura: Ricardo Carpani     

 

 

ESE JOVEN QUE ESTA ALLÍ


Lo vi cansado, buscaba estar bien en soledad, sentía que nada podía

El Alma y la Materia sobre la deidad de las aguas.                                  AMAR y ser AMADO, volver a sentir que algo falta para tapar la vida

Nunca dudó de la importancia de SER ÉL MISMO, de buscar FELICIDAD      Nunca dudó de la importancia de SER EL OTRO, de buscar PARAÍSOS

Conocía la teoría, las experiencias de los nombres de lugar, las fechas

Una mañana de domingo, a orillas del mar, en el horizonte de una legua,   la botella vacía en la playa del apretado olvido                                    Flotaba en un desvío, en su interior, en los documentos de su memoria

Un Tesoro en forma de carta volviendo a la arena,

Junto al decurso del pulso de las olas, plantado en el silencio leyó:

"Solo hallarás la felicidad con un aire encariñado de vivos resplandores”

No hay Gurúes, no hay Humanos, no hay Criaturas Celestiales                   Todo ha sido creado para contemplar la hora en los cielos rebeldes

Mírate, tócate, siéntete, háblate, acaríciate, escúchate,                Con las manías de un loco, con la lisura de unos lacios juncales

Un barco desganando las voces pretendía escuchar, el agua próxima

"El mar se llevó las palabras que me prestó el ensueño del domingo"

Lenta, contemplé la ociosa ribera de follaje, en soles y nublados

Lenta, grato el sosiego, quieto el fervor, besé la canción

SU CANTO

Texto: Marylin Thel

Pintura: Salvador Dalí 

                                               

 

 

 

jueves, 13 de agosto de 2020

Levántate y brilla

Hoy no me levanté con el mejor ánimo y mucho menos de buen humor.

Mientras tomaba el desayuno, una tristeza me embargó, vinieron a mí las imágenes de mis seres queridos, de los amigos a los que hace tanto tiempo que no puedo abrazar, y vaya a saber cuándo podremos hacerlo...

Con pocas ganas corrí las cortinas, abrí la ventana de par en par.

Estaba tan metida en mi melancolía, que apenas me di cuenta de cómo estaba el día... De pronto una ráfaga de viento desparramó los papeles, que estaban sobre el escritorio, entre quejas y puteadas (mi humor estaba bastante caldeado), los acomodo nuevamente.

Vuelvo la vista hacia la ventana y me dirijo hasta ella para cerrarla...

Allí descubrí una hermosa flor que había crecido sin que yo la plantara y mucho menos la cuidara, pero ahí estaba con su estridente color naranja y un agradable perfume. Mientras la observaba, recordé una frase que leí en un grafiti pintado sobre un viejo y semi destruido tapial, "La flor que florece en la adversidad, es la más rara y hermosa de todas".

Así que, me di una ducha caliente, me pinté los labios, cepillé mis cabellos, busqué la mejor ropa y, parada frente al espejo, me repetí: no importa cómo te sientas hoy...vístete y sal a la ventana a brillar. El sol no es suficiente para iluminar todo el planeta ¡también te necesita a Ti!!.

Claudia Turcato. Agosto 2020

Pintura: Paul Klee

Caen las cenizas - Poema Acústico

lunes, 10 de agosto de 2020

AHORA QUE ESTOY SOLO


Recuerdo esos días, recuerdo el aire y la luz de esos días, porque fue la primera vez que sentí los mismos síntomas que mi padre, esa oscura ansiedad que me oprimía el pecho.
Por primera vez, como mi padre, sentía la alegría y la tristeza de un hombre solitario y ansié metas distantes y aguardé la mañana seguro de grandes acontecimientos.
Y por la noche me estremecía de imprecisos deseos, percibiendo voces y ruidos remotos suspendidos como esferitas en la laxitud de las sombras”.
Haroldo Conti (Todos los veranos).

Siempre me pasó. O casi siempre. Eso de estar solo. Buscando siempre más un allá. Y sentir que la vida pasa lejos. Apenas un rumor que me deja afuera, a la intemperie. Y a veces me lastima ese exilio permanente. Y otras veces sé que así será hasta el fin de mi existencia. Y que seguiré buscando siempre caminos lejos de la gente. Casi a contramano. Y pienso que un destino inevitable me hizo así; eterno viajero de los márgenes, melancólico espectador de la vida, buscador eterno de ilusiones que acompañado de tristezas cotidianas y con mi pobre alma al descubierto, seguiré viajando por la vida buscando más allá del horizonte. Preguntando en dónde están los espejismos. Soñando que siempre hay algo más. Y a veces, cansado, solamente para escapar de este triste páramo en donde se perdió la esperanza de soñar, seguiré pintando de amarillo, verde mar o azul añil la realidad inevitable de la vida. Y buscaré una tregua en un pueblito en donde el tiempo se paró, o navegaré con mi barco de madera por algún río marrón sintiendo el ruido de las olas y de las velas llenas de viento. Y estoy seguro que así será siempre. Hasta el último momento. Por eso de seguir a pesar de todo, por no resignar mi rebeldía, por no sentirme derrotado.

Y perpetuo caminante de los bordes seguiré corriendo siempre atrás de ensueños y utopías. Imaginando que la vida sin pasiones no merece ser vivida. Que alguna ideología, la que sea, me lleve por otro rumbo. Que vale la pena remontarse en alguna ilusión por más lejos que ella esté.
Y también sé que allí nomás, a la vuelta de la esquina, encontraré la soledad. La que se siente en el alma y en el cuerpo y nunca se va. Y me iré quedando solo. Buscando caminos lejos de la gente.
Casi a contramano.

Texto y pintura:  Juan Manuel Maini. Puerto Gaboto, Marzo del 2018

viernes, 7 de agosto de 2020

Noche de tele. Hoy: El muñeco maldito




 Por aquellos años la televisión era en blanco y negro y no llegaba a todos los hogares. Pocas familias tenían en su hogar esos infernales aparatos llenos de válvulas, tubos, etcétera, que conectados a una antena externa nos permitía ver cine en casa. La antena se levantaba como unos ocho metros sobre los techos, había que orientarla para que la imagen del Canal 7, se viera clara y sin “nevadas”.
Así que, iniciado el año 1962, en el Canal 7 y en el ciclo de “Obras Maestras del Terror”, se presentaba: “El Muñeco Maldito”, con la formidable actuación de Narciso Ibáñez Menta y la magistral dirección de Marta Reguera. Y excelente elenco.
Todos los sábados de abril y hasta julio esperábamos el programa. Cenábamos temprano, pizza casera, por ser sábado. La vieja distribuía las tareas, vos lavás, vos secás, vos guardás y preparamos la casa para el evento. Rejuntábamos las sillas de toda la casa.
Esperábamos a los tíos, el Turco y la Lula, y primos que venían desde barrio Belgrano en un pequeño auto a compartir la velada televisiva. La familia llegaba ya cenados, por lo que traían algo para el café que se tomaba.
Y así, puntualmente durante casi cuatro meses, a las nueve y media de la noche, sentados en las sillas o los sillones, algunos en el suelo, esperábamos el comienzo de la serie.
Había que apagar la luz para poder ver mejor, pero alguna tenía que quedar prendida.
No recuerdo con exactitud la trama de esta serie que nos tenía a todos concentrados siguiendo las andanzas de este “muñeco” de caminar vacilante, lento.
Sí recuerdo el primer capítulo, que comenzaba con la ejecución de un reo en la guillotina. Luego, alguien se llevaba los restos del guillotinado y con otros cadáveres construía un “muñeco”.
Recuerdo los gritos de terror de mi prima y de mi hermana y de algún otro más, cuando la escena se ponía escabrosa. Cosa frecuente. O alguna risa contenida para no demostrar que estábamos realmente asustados. O la carcajada desaforada de todos ante la pavada.
Si llegaba a sonar el timbre o el teléfono en medio de alguna escena complicada, creo que podría ocurrir una catástrofe. O una estampida.
Recuerdo que la voz de ultratumba de Narciso Ibáñez Menta nos ponía los pelos de punta. Cuando el muñeco caminaba a pasos lentos, tambaleante, causaba terror.
La cara del Marqués de Coulteray era para asustar al más valiente. Ni hablar de Benito Mason, el armador de muñecos.
Quizás algún mayor hacia un comentario como para enfriar el ambiente, pero en vano. La tensión estaba, el susto permanecía, hasta en los viejos.
Pasada una hora llegaba uno de los momentos más problemáticos. Los visitantes tenían que volver a casa. Y ¿quién salía a la calle a esa hora?
¿Y quién se iba a dormir sin mirar dentro del ropero o debajo de la cama? Las sensaciones eran tantas, que más de uno de nosotros no dormía esa noche
En fin, la vida seguía, pero en alguno de nosotros quedó como una marca.

H. B. Carrozzo
Pintura: Nestor Bastee

jueves, 6 de agosto de 2020

Paredes



Durante el invierno me había dado cuenta que las paredes del patio estaban muy deterioradas, con enormes manchas de humedad, revoques caídos, colores varios que hablaban de distintas pintadas en distintas épocas y por distintas manos.

Pensé entonces que cuando el tiempo mejorara, tendría que llamar a un albañil y a un pintor, en ese orden.
Por el mes de noviembre, comencé a comprar los materiales y tratando de ahorrar, descarté primero al albañil y luego también al pintor. Tranquilamente podría ahorrarme la mano de obra, la cuestión no parecía difícil. Lo haría poco a poco, sin apuro, ya que tenía el verano por delante.
Lo mejor era hacerlo por la mañana, el sol pegaba fuerte cerca del mediodía, así que ese primer sábado me levanté temprano y comencé con la tarea.
La cosa no era tan fácil como aparentaba, pintar con rodillo demanda mucha pintura, se salpica todo y a poco de andar los brazos duelen y pesan cada vez más. Al principio se pone más cuidado para no ensuciar, pero transcurrido un tiempo, ya no importan las manchas ni en el piso, ni en la ropa, ni en la cara.
Al empezar había calculado la cantidad de tiempo que me demandaría el trabajo, unos dos días para cada pared y listo. Sin embargo, esos seis días no alcanzaron, antes de terminar la tercera pared aparecían imperfecciones en las otras dos, así que pensé en disponer de un día más para el retoque de cada una. Pero éstos volvieron a ser insuficientes, siempre tenía que volver a retocar.
Incorporé una nueva muda de ropa para el trabajo, ya que la primera quedó totalmente fuera de uso. Además, tuve que buscar más tarros, más baldes, más pinceles y renovar los rodillos que se gastaban rápidamente comidos por las imperfecciones de las superficies.
Agregué más días y más horas al trabajo, ya que no bastaban las dos, ni las tres, ni las cuatro que fui sumando con el correr del tiempo.
Pedí licencia en el trabajo porque no podía cumplir con todo. Tenía que hacer muy rápido las otras tareas que demandaba la casa para dedicarle más tiempo a la pintura.
Las paredes, a pesar de dedicarle tanto tiempo, estaban casi como al principio; fui variando el sistema, primero pintaba toda una pared, y luego las otras; después empecé a pintar las partes altas, las medias y por último las bajas de cada una. Pero siempre tenía algo más para hacer.
Gastaba mucho dinero en pintura, pinceles, rodillos, lijas, y tuve que restringir otros gastos. Quedé casi sin ropa porque poco a poco la fui usando para pintar y no podía reponerla. Terminada la primera licencia pedí otra y luego otra, hasta que ya no me autorizaron más, entonces tuve que solicitar una especial sin goce de sueldo.
Casi disponía del día entero para pintar, lo hacía desde que amanecía y hasta que llegaba la noche.
Los meses del verano pasaron rápido, llegó el otoño, y las lluvias me complicaron, porque lo que pintaba enseguida el agua se lo llevaba.
Los días se acortaron, y comenzó el frío. Por otra parte, la licencia especial terminó y como ya no me concedieron otra, tuve que renunciar; no podía dejar el trabajo de las paredes sin terminar. Siempre seguía faltando algo. Ya no podía disponer de tiempo para hacer las compras, así que los amigos comenzaron a llevarme los alimentos, que comía apresuradamente mientras pintaba o lijaba alguna imperfección. Había días en lo que no podía avanzar, otros que significaban un total retroceso porque la pintura se despegaba, así que debía rasquetearla con cuidado, poner nuevamente fijador y esperar para volver a pintar.
Me levantaba todos los días muy temprano para empezar rápidamente la tarea. En cuanto me ponía en pie, lo primero que hacía era ir al patio para ver qué había ocurrido con las paredes durante la noche. Siempre había alguna novedad, algo se había descascarado, algo se había despegado; traté entonces de dormir menos y estar con mayor atención para salvar los problemas.
Me fui agotando de pasar el rodillo, el pincel, de subir y bajar las escaleras con los tarros. La piel se me puso áspera, las manos estaban cada vez más escamosas.
Durante el invierno la cosa se complicó bastante, el frío me entumecía los dedos, los pinceles y los tarros se me caían. Los días de viento fuerte resultaban agotadores y ni que hablar de las lluvias intensas por las cuales debía suspender la tarea.
Descuidé casi por completo el resto de la casa, no tenía tiempo para limpiarla, ni lavar los vidrios, ni desinfectar el baño. No tenía ya vajilla disponible, toda estaba sobre la mesada, tan sucia y pegoteada que no podría volver a usarse.
Lo que en un principio fueron algunos tarros en la cocina, se transformaron en cientos y cientos, en pinceles sin pelos, en lijas gastadas, en rodillos desarmados que ocuparon el baño, las habitaciones, y todos los ambientes de la casa. Las pilas de restos de envases fueron creciendo y taponearon las ventanas y las puertas.
Los amigos ya casi no venían, decían que yo no hablaba de otra cosa que no fuera de pintura, de paredes y revoques. A veces me dejaban algo de comida y se iban rápidamente corridos por los nauseabundos olores de la casa que hacía tanto no limpiaba.
Un día me propuse dar la cuestión por terminada, tenía que ponerle fin de una vez por todas. Pero mirando las paredes, las encontré tan deslucidas, que me prometí darles una última pintada. Una pintada más para cada una y que quedaran como quedaran. Así lo hice los días que siguieron, primero una, luego la otra y por último la tercera. Esa noche me acosté temprano, al día siguiente hice un gran esfuerzo para no ir corriendo al patio. Tenía que salir a buscar un nuevo trabajo porque ya no podía mantenerme. Me costó atravesar la puerta taponeada de basura y con enormes cortinas de telarañas.
La mañana afuera de casa me pareció eterna. Volví cerca del medio día, ya no aguantaba más sin ver que había pasado. Atravesé la sala corriendo y salí al patio. Ahí estaban las tres, como reprochando el abandono de tantas horas, sucias y descascaradas, la pintura había caído, las manchas de humedad habían vuelto aparecer.
Me dije que esto no podía volver a pasar. Ya no volvería a ocurrir. Ni siquiera por las noches dejaría de vigilarlas, siempre se corría algún riesgo, siempre había algo que las amenazaba. Así que llevé el sillón grande con algunas mantas hasta el centro del patio, para dormitar cuando el cansancio me venciera, coloqué luces por todos lados, para que la oscuridad no me impidiera ver que ocurría con las paredes y poder repararlas de inmediato. Prometí estar alerta todo el tiempo, y no volver a descuidarme.
Cuando me tuve que ir, solo pedí un instante más para mirar las paredes. Me tranquilicé, ahí estaban con sus revoques intactos, blancas sin ninguna mancha y lucían hermosas en el patio lleno de sol.

María Virginia León
Fotografía: Grete Stern

miércoles, 5 de agosto de 2020

Las cosas que uno no sabe


Es de noche; llueve. La  señora  Muriel de Souza no puede dormir, mira el cielo raso, piensa que tiene muchos muebles, los va a vender, no sabe a quién, ni a cuánto, de esa manera repasa porque aparecen las cosas que uno no sabe.
Los relámpagos iluminan por la única ventana que hay en la habitación, con su marido vivo por supuesto era diferente, los vidrios de la ventana había sido lo último que hicieron juntos, transformarlos en vitrales.
La casa Colonial -pensó Muriel- cuanto hacia que no visitaba a su vecina  Martita, demasiados kilómetros  separaban a su vecina de ella, pero había un motivo del porque ella había dejado de ir, Muriel tenía facilidad para borrar de su mente todo lo que  quería olvidar.
Afuera el odio desgarrador del cielo, como decía su marido cada vez  que tenía uno de esos ataques poéticos que a ella la enamoraban tanto.
A lo mejor el té que tomaba  todas las noches no había hecho efecto, y por eso no podía dormir, pensó.
El sonido del teléfono sonó más aterrador que los truenos.
Muriel entrada en años, como era tomo coraje y levanto el teléfono como años atrás, una misma noche de lluvia.
La voz de una joven le dice que hubo un accidente en la ruta 31, tanto años viviendo en ese pueblo que ya había olvidado en cuál ruta vivía, la voz seguía hablando entre quejidos y congojas que se asemejaban  a un llanto.
-Se equivocó de número… señorita, dice Muriel mirando los vidrios de la ventana empañada.
-No me importa quién es usted, ayúdeme!!! 
-Voy a llamar a la policía, decía Muriel haciendo chocar los dientes.
-Veo luces azules y rojas hace rato, pero están como detenidas a lo lejos
-Quédate tranquila chiquita ya van a venir ayudarte
-Tengo miedo, quiero a mi mama!!!
Como esas cosas que aparecen sin que uno las espere se acordó porque había dejado de ir a visitar a su vecina. Los crujidos del otro lado del teléfono no cesaban:
-Ya sé que me equivoque… mi primo m...Novio están muertos, por favor  no me deje…
A esa altura el diluvio era total, el agua empezaba a entrar por debajo de la puerta.
Miró el piloto colgado en el perchero, afuera sigue lloviendo y no pareciese que vaya parar.
León Carpignano
Fotografía: Grete Stern








martes, 4 de agosto de 2020

La partida



El polvo acumulado en las huellas que dejaron los tractores, se levanta y cubre el auto y a él,  con una manta.
Ha vuelto a casa.
Es domingo, la luz del sol se mezcla con el follaje, una suave brisa baña la casa. El trino opaco de algún gorrión.
Su hijo se ha marchado.
Se sienta en el porche, aún no se atreve a entrar, la  claridad desfallece anunciando el fin del día.
La casa se oscurece, él es una sombra, su cigarrillo un ojo rojo que se abre y se cierra.
Entra, la casa está vacía, como si en su interior no estuviese él, con sus pies descalzos que pisan el granito frío y hostil.
Algo esponjoso entre sus piernas, la gata de su hijo, la acaricia.
Se ha ido, quiere saciar su curiosidad, como él en su adolescencia, ya se enterará de todo lo que él sabe, ¿para qué irse? , no hace falta, las cosas ocurren por sí mismas.
Enciende una lámpara, el espejo refleja  un rostro cansado, hecho de miles de rostros.
¿Qué hace en esa soledad?. Su hijo no está, se tumba en el sofá de esa habitación desierta y……espera.

Texto y pintura: La Gata Bacana

Fieles a la vida




Testimonios de amor en la sangre de Eva y Adán
Comunión al descifrar los gastados versículos
Almas insatisfechas de vientos huracanados
Callados secretos guardados en azules cofres
Atardeceres de una parábola que indagaste
Silencios de voces que gritan ahogándose
Segundos de vida prometiendo el hoy
Y el temor a perder la mutua paz
El pecado que Borges cometió:
“No haber sido feliz”

Marylin Thel
Pintura: Plaul Klee

lunes, 3 de agosto de 2020

Yo en el espejo



"Solamente si has perdido tu pérdida, cortaremos el hilo para empezar de nuevo". 
Roberto Juarroz.

Hoy me puse frente al espejo, el único que hay en casa, el del botiquín... y como tiene tres cuerpos pude jugar un poco...
El de la izquierda me mostró mi pasado, una niña sumisa, introvertida, obediente, desordenada, bastante solitaria, miedosa; una adolescente avejentada porque tuvo que madurar a la fuerza...
El del centro me refleja el presente, a simple vista me muestra lo exterior, mis ojos color del tiempo, mezcla de los ojos celestes de mi padre y los marrones de mi mamá, los que cambian  de tonalidad según las circunstancias, algunas líneas de expresión más marcadas, una piel no  muy cuidada que pide a gritos ¡por favor! me ocupe más de ella, mi cabello que desde años dejó de ser claro y lacio, mis canas, las que me muestran los años transcurridos...
Continúo observándome tratando de ver algo más que me muestre mi interior y no sólo lo superficial de este envase, que me permita ver cómo y quién soy, me manifieste qué ven los demás de mi...
Allí pude observar a una mujer que quiere aprender cosas nuevas, descubrir otros lugares, vivir nuevas experiencias, me mostró a una mujer luchadora, de mucha fe, solidaria, optimista, con algunos prejuicios todavía, abierta a los demás...
El espejo de la derecha es el futuro, en él hay un largo camino por transitar con flores multicolores, piedras y obstáculos que sortear para llegar al final del mismo...
Únicamente sanando las heridas del pasado y del presente podré transitar el camino hacia el futuro.

Claudia Turcato. Julio 2020
Fotografía: Grete Stern