viernes, 21 de agosto de 2020

Ese cuadro en esa pared

 


No sé cuándo comenzó a querer viajar. Dicen que de niño leía cuentos de aventuras. Leía mucho. Cuando estaba en sus últimos años de medicina partió, creo que sin fecha de regreso. O tal vez no, tal vez todavía no se había diseminado en él el germen radical de la aventura. Pero lo cierto es que de ese viaje no volvió siendo el mismo. Mientras leo sus diarios me siento libre. Paseo por los campos y selvas de Latinoamérica, mateo y masco tabaco con miles de campesinos que me dicen estar dispuestos a declarar la guerra, y que para eso sólo falta que yo me anime. No quisiera terminar de leer esos diarios. Quisiera arrojar por la ventanilla el boleto de regreso. Hace un tiempo que mientras escribo lo veo colgando de la pared, mirándome, eligiendo mis ojos para zambullirse en una nueva aventura. Parece que le gusta mi cuerpo, tal vez crea que allí puede establecer un foco.  Lo miro una y otra vez, dejo el teclado por un momento, le doy una tregua, y lo miro. Creo que me dice que me meta, que ya no piense en cómo queda lo que escribo, que parta, que me zambulla, que no vuelva, que mis pies en esta tierra pierden el tiempo, que nada se puede esperar en este territorio. 

Lo veo colgando de mi pared. Hace ya más de dos décadas que está allí clavado. Lo miro con tristeza, lo miro con dolor, lo miro con rabia, con impotencia, y le recuerdo que el viaje sin pasaje de regreso, como el que él había emprendido, en este mundo es imposible. Si él hubiese ganado la guerra que lo enterró la cosa podría haber sido diferente. Pero no ganó. Crecimos bajo la tiranía de los que lo derrotaron. Las primeras palabras que aprendimos eran códigos secretos que sólo las máquinas comprendían. Así las hacíamos funcionar.  Hoy son ellas la que tienen el código secreto que nos hace funcionar a nosotros. Hoy compramos el pasaje que nos lleva a una tierra donde se elevan los hospitales de campaña. Es el único lugar al que nos animamos a viajar. Cuando volvemos podemos otra vez dedicarnos a lo único que sabemos hacer: producir. En mi caso produzco para el lector, bajo su tiranía. Él me explota, borra lo que le escribo, me sanciona, me paga los viajes para que me tome unas vacaciones y vuelva a él. Debo ser un escritor gramaticalmente correcto, debo arrodillarme frente a él y garantizar con mi pluma que su imperio se sostenga. Soy su bufón. Soy su felpudo.

Bajo esta tiranía, lo último que podría ser es un revolucionario. Los presos no hacen revoluciones.  

Texto: Mauro Paradiso

Pintura: Ricardo Carpani     

 

 

10 comentarios:

  1. Notable Mauro, evocador. Espejo de una derrota y una toma de conciencia de los límites de un mito.

    ResponderEliminar
  2. Focos,incendios del alma que duran un viaje de ida.La realidad tiene ojos acostumbrados al regreso. Muy buen texto Mauro.!!!

    ResponderEliminar
  3. Me gustó mucho, verdaderamente. Traés la evocación de una figura sin nombrarla. Donde murió habían empezado a crecer flores, pero también fueron arrancadas. No es para mi generación, quizás tampoco para la tuya, pero alguna vez el mundo será más amable y venerará a los que valen. A los que lo harán posible, recordando las semillas que se plantaron tras varias generaciones.

    ResponderEliminar
  4. Simplemente extraordinario querido Mauro

    ResponderEliminar
  5. Definitivamente el código secreto lo tenés vos y libera tu fantástica gramática y palabras. Impresionante!! Me conmovió

    ResponderEliminar
  6. Qué Fuerte Mauro! Sentimientos compartidos, hemos crecido bajo la tiranía de los que lo derrotaron, pero no del todo.

    ResponderEliminar
  7. Increíble! Tan bello como fuerte. Me encantó Mauro.

    ResponderEliminar
  8. Pero el lector depende de vos,es un círculo vicioso,en el que desgraciadamente gana el más fuerte,como el círculo de la oferta y la demanda.Muy buen texto.

    ResponderEliminar
  9. Muchísimas gracias a todos!, por leerme y comentar lo leído.

    ResponderEliminar