Mi
papá era un hombre alto, de ojos claros, cabello rubio con ondas y tez blanca.
Desde muy joven trabajó en la carpintería de Rassia. Cuando llegó el momento
del servicio militar, éste lo cursó en el Batallón de Comunicaciones de Rosario
del Tala. Y en aquella época, le tocó la campaña de instalar todos los tendidos
telefónicos hasta Comodoro Rivadavia. Pocos ciudadanos disfrutaron tanto, de
ese período de la milicia, como él. Siempre hablaba de tal experiencia,
guardaba fotos, insignias y banderines de su paso por esas huestes. Cada año,
los compañeros de la clase 1925, solían reunirse en una cena de camaradería y
recordar aquellos tiempos.
Cuando
yo tenía siete años, mis viejos se separaron, pero igualmente nunca dejó de
estar presente, a su manera, pero estaba.
Siempre
fue una persona solitaria. No tenía amigos, sus hobbies eran recorrer la ciudad
en colectivo, creo que se sabía el recorrido de todos los que transitaban por
las diferentes calles y barriadas de esa época, y de tomarse un cafecito en
algún bar o una cerveza bien fría en verano. Era una persona muy pulcra y
ordenada, todos los sábados me pasaba a buscar, siempre bien trajeado y zapatos
de cuero lustrados. Cada fin de semana íbamos a lugares distintos, desde ir a
recorrer al centro y tomar un submarino o una gaseosa en Fragata, hasta conocer
barrios y centros comerciales más alejados. Las funciones de cine en el
invierno eran infaltables, los dibujos animados en el Cine Heraldo, las
películas argentinas en el Rose Mary o Madre Cabrini. En el verano los parques,
la zona del Monumento Nacional a la Bandera, donde después de recorrer algunas
de las salas del mismo, nos dábamos una vuelta por la Fluvial, para terminar
comiendo un carlito con una Crush en El Munich, hermoso bar y confitería, con
una vista privilegiada al puerto y la avenida del bajo. Otro día era recorrer
el Parque Alem, con el acuario, o el Parque Independencia, una vuelta en la
lanchita del laguito, o el parque de diversiones y cada tanto una visita al
Museo Histórico Julio Marc, o el zoológico.
Recuerdo
que un Día de Reyes, me pasó a buscar muy tempranito con su bicicleta, los
broches de madera para ropa en la botamanga del pantalón, un almohadón en el
caño, y emprendimos viaje a la ciudad de San Lorenzo. Allí recorrimos el viejo
convento San Carlos, y el Campo de la Gloria, luego de merendar volvimos a
casa, fue una linda aventura y la pasamos muy bien. Cada día del niño, siempre
me traía de regalo golosinas, venían unos muñecos que eran los distintos
personajes de los clásicos dibujos Mikey, Duffi, el Pato Donald, entre otros,
éstos venían llenos de caramelos surtidos, en la parte superior traían una
ranura para usarlos como alcancías y en la base tenían una tapa por donde se
extraían las golosinas o las monedas que juntábamos.
Ya
de adolescente, esas salidas fueron más espaciadas, y tuve que hacerme cargo de
él y de su soledad. Hoy después de tantos años que ya no está, lo recuerdo como
un hombre bueno, que me brindó cariño como pudo, con su particular manera de
demostrarlo. Por eso quiero rendirle mi homenaje y decirle ¡Gracias, papi, siempre voy a recordar los lindos momentos!.
Besos al cielo.
Claudia Turcato
Fotografía: Grete Stern