lunes, 18 de mayo de 2020

Abuelos


   

Desde hace pocos días, me transformé en la abuela de….la Cajera de mi Banco.
El cielo pesado, gris, caía en forma de fina lluvia que iluminaba el pavimento y pensé (porque aún pienso) : voy al banco dado el día según el calendario. La lluvia iba amainando, pocas personas se dirigirían a la noble institución.
Efectivamente, éramos 4 personas y 6 cajeros “humanos”; no me había equivocado en la forma de pensar.
Los Bancos me han provocado cierto escozor, desde niña, ¿estaría por descubrir el porqué?.
Cuando mi número me indicaba la cajera hacia la cual debía dirigirme, sonreí debajo del barbijo, y también con la mirada, dado que la conocía.
Su mirada clara y fría, su voz impersonal, ante mi inquietud, y luego su mano firme, tendiéndome un escrito con instrucciones…, quise agregar alguna palabra, pero simplemente me dice:   Abuela, vaya a su casa e inténtelo desde su hogar.
Quedé petrificada, no pude articular palabras, y me fui lo más erguida  que pude, mascullando entre charco y charco, entre baldosa floja y baldosa floja.
Me iba preguntando, ¿cuándo me convertí en la abuela de la cajera de mi banco?.
Hace 6 meses atrás, yo le hacía los análisis a su hijo, y le “explicaba”: que los glóbulos blancos eran normales, que estaba en el límite de la ferremia, pero que no era preocupante y que por suerte su garganta estaba libre de gérmenes patógenos…
Mi abuelo lo miraba con ojos hechizados,  me “enseñó” los colores, cuando una fruta estaba madura para explorar el gusto en la boca, a tener sueños. Aquí las palabras tenían un peso…
En 6 meses me convertí en la abuela de la cajera de mi banco, sin percibirlo, y se me quitó la posibilidad de mostrar algo de lo que fui aprendiendo.
Abuelo: una palabra íntima protectora que en estos tiempos suena sin color, sin afecto, hueca;
Más abrigable sería decir: viejo.
¿Desde cuándo pasé a ser la abuela de la cajera de mi banco?
No pude elegir, no pude ser escuchada, se me impuso ser su abuela…
Mi abuelo, estar con él, sus anécdotas, sus silencios, todo era cobijo y placer.
Un Relámpago rajó el cielo y me seguía cuestionando que “saber” le podría brindar a mi nieta: la cajera de mi banco, luego de tan sólo 6 meses en que pasé abruptamente a ser su abuela.
La llovizna caía  suave, se entrometía en las ramas cada vez más desnudas de los álamos, llegué a casa, al abrir la puerta me empujó el silencio, escuché la casa, percibí el suelo bajo mis pies.
La soledad estaba en los almohadones, detrás del televisor, en la lámpara, en el jardín, pesaba, inundaba….¿era la protección?.
El lugar del viejo se hace relegado pequeño e incluso “acorralado”. Serían dos confinamientos: el de la pandemia y el de la vejez.
Busqué amparo, como  junto a mi abuelo, descubriendo ambos como cambiaban los colores del ocaso, y me acordé de la letra de una canción:
Soy una niña de 62 años, que va haciendo su vida sin haber entendido nada.

La Gata Bacana (miembra del Taller literario para adultos mayores de la biblioteca Argentina "Juan Álvarez".
Pintura: Edvard Munch

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