Entraron con el
frío de la noche. Uno de ellos se quedó en la puerta, y otro comenzó a recorrer
el pasillo lentamente. Se paró al lado mío y la miró a ella como si la
conociera. Y le pidió el documento que ella buscó nerviosa en su mochila
desteñida por mil lluvias. Y él lo tomó como algo sin valor y lo miró de un
lado y otro con sus manos toscas.
-Deme el pasaje,
sonó su voz potente. Y sentí que su cuerpo se pegaba al mío.
-Venís de
Bolivia, sonó despectivo y la trataba de vos. Y cuando dijo de dónde venía lo
dijo con desprecio o con sospecha. Y la miró un rato largo hasta que ella bajó
la vista y guardó con sus pequeñas manos el documento, el pasaje, el pasaporte,
y todo lo que tenía que mostrar para demostrar que era igual a los demás. Y vi
sin querer verlo, que unas lágrimas bajaban lentamente por sus mejillas
morenas. Y tuve ganas de ofrecerle un pañuelo que no tenía, de decirle que no
se pusiera triste, que yo la entendía en su dolor y humillación, que así es
siempre, que el poder tiene mil caras. Pero no pude decir nada. Y allá afuera,
lejos muy lejos, la luna indiferente, entre las montañas iluminaba con su luz
blanca los cardones fantasmales. En esa noche larga, de tanto en tanto se veían
las luces de algún pueblito perdido en la llanura interminable que pasaban
rápido y se perdían allá atrás hasta hacerse invisibles. Y lejos en la
distancia, a través de la bruma del amanecer se veían las luces de la gran
ciudad que se reflejaban en el cielo como un gran incendio. Y cuando llegamos a
la terminal vi que ella dormía cubierta por su gran manta. Y vi por última vez
su rostro moreno, sus facciones de niña mujer, su cabello oscuro como la noche
más oscura y su trenza que bajaba por uno de sus hombros. Y me hubiera gustado
decirle adiós, y saber en qué pueblito de la Puna ella venía. Y tal vez debía
sentirse orgullosa porque seguro descendía de algún rey inca dueño del lugar en
que vivía. Y quería saber el porqué de su tristeza, de su vida allá tan lejos y
tan distinta de la mía. Pero no tuve valor de despertarla y la dejé dormir. Y
me alejé sabiendo que no la vería más y que ya había pasado a ser parte mi
pasado. Y lo único que supe de ella fue que subió en la Quiaca.
JuanMa
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