Para Lucas,
compañero navegante de tantas travesías.
Cuando salí al
río grande el viento sur me pegó con toda su intensidad. Las velas se llenaron
de golpe con un ruido seco y el Margot escoró violentamente. Aflojé las
escotas, y el barco comenzó a navegar con viento casi de popa. Cerca de la
costa las olas eran mansas y cuando llegaban, la popa del Margot se levantaba
suavemente y la proa parecía hundirse, y yo sentía que el barco se elevaba
cuando la ola pasaba y las veía seguir allá adelante hasta que las perdía de
vista. Y allá muy lejos, en el medio del río, un remolcador remontaba la
corriente empujando las olas marrones que se deshacían en blanca espuma que el
viento se llevaba. En ese momento un rayo de sol atravesó las nubes e iluminó
las bordas negras y la cubierta blanca del remolcador, la misma espuma se hizo
más blanca, el río perdió su tristeza habitual y hasta el mismo marrón del río
se transformó en gris plata. Todo se coloreó de algo mágico y yo sabía entonces
que la imagen del remolcador iluminado por el sol quedaría para siempre en mis
ojos y en mi alma. Que no se irían nunca. Que serían parte mía hasta el final.
Y cuando llegué al medio del río las olas empujadas por el viento sur se
hicieron imponentes y masas de agua coronadas por espuma blanca llegaba desde
lejos. Las veía llegar desde muy lejos y oía su rumor creciente y cuando las
tenía cerca, una sensación de miedo y euforia me invadía, y les daba la
espalda, porque pensaba que mi pobre barco se hundiría allí mismo.
Pero el Margot
fuertemente escorado y con sus viejas velas tensas, embestía las olas como
burlándose de ellas y miles de gotitas volaban con el viento y me castigaban la
cara y el cuerpo, y se escurrían entre mis ropas. Y allí, como otros días, en
ese inmenso río marrón, corriendo el viento sur con mi barquito, errando sin
rumbo y sin destino, sentía esa indescriptible sensación de ser soberano de mi
vida, de poder buscar sin límites, de encontrar la libertad.
Abandonado,
permanecía inmóvil hasta que algún barco pasaba por el canal y su marejada
llegaba a la costa. Entonces su alto mástil se balanceaba y el viejo casco
tironeaba de sus amarras. Como yo, parecía impaciente de salir a navegar. De
buscar otros vientos en la inmensidad del río abierto. De encontrar algún lugar
mágico allá lejos detrás del horizonte. Y antes que fuera mío miré una y mil
veces su alto mástil. Sus maderas despintadas. Su anacrónico bauprés. Sus
líneas sencillas y austeras, y en su popa redondeada y con letras de bronce el
misterioso nombre de una mujer. Y supe de su pasado incierto y su historia de
bastardo. Y cuando un día fue mío repasé y cosí sus velas gastadas por el
tiempo y pinté su casco de blanco y su fondo de color cobre e icé siempre una
banderita celeste y blanca con un sol amarillo oro. Y con él navegué todos los
vientos. Pamperos que me abordaban por la popa con sus olas marrones y su rumor
amenazante. Y como vientos del sur abría las velas como dos amplias alas y el
velero se lanzaba hacia adelante. Y he hecho bordes con el viento de través y
sus viejas velas llenas de viento y el Margot escorado hasta que entraba agua
por los bordes. Y un atardecer lluvioso vi al Juana navegando río abajo con
todas sus velas desplegadas y su enorme proa embistiendo el río marrón. Y muchas
veces me encontró la noche en algún riacho escondido. Y me dormía mirando el
cielo lleno de estrellas. Y por la escotilla abierta, el misterioso aire
nocturno me traía los ruidos de la ciudad que se veía allá muy lejos.
Pasaron muchos
años. Pasó parte de mi vida. A lo mejor pasó esa urgente ansiedad que me
llenaba cada vez que el viento se colaba entre los edificios y durante la noche
lo había escuchado soplar y corría al embarcadero y subía al Margot que parecía
tan ansioso como yo de salir al río abierto. Izaba sus velas percudidas y
gastadas. Su mayor que subía hasta allá arriba y su genoa que comenzaba a
flamear. Soltaba las amarras y sentía que el barco comenzaba a navegar con
mayor velocidad y la costa con sus fríos edificios se iba alejando. Y hoy
después de haber corrido con él todos los vientos, me pregunto por dónde andará
navegando mi fiel barquito y quien será su dueño. Que le habrá deparado su
destino inanimado. Y porqué fue que lo perdí, si con el sentí que la vida me
reía, y conocí la libertad de vagar sin rumbo. De buscar allá muy lejos algún
lugar en donde todavía nadie llegó. Pero a lo mejor, por esas cosas de la vida,
nos encontramos alguna vez de nuevo, y entonces izaré todas sus velas y nos
iremos para siempre.
Juan Manuel
Maini. Puerto Gaboto. Marzo del 2020
Pintura: Wassily Kandinsky
Pintura: Wassily Kandinsky
Emotivo, lo disfruté
ResponderEliminarMuy bueno.Graciss por compartir
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