jueves, 28 de mayo de 2020

Margot



Para Lucas, compañero navegante de tantas travesías.

Cuando salí al río grande el viento sur me pegó con toda su intensidad. Las velas se llenaron de golpe con un ruido seco y el Margot escoró violentamente. Aflojé las escotas, y el barco comenzó a navegar con viento casi de popa. Cerca de la costa las olas eran mansas y cuando llegaban, la popa del Margot se levantaba suavemente y la proa parecía hundirse, y yo sentía que el barco se elevaba cuando la ola pasaba y las veía seguir allá adelante hasta que las perdía de vista. Y allá muy lejos, en el medio del río, un remolcador remontaba la corriente empujando las olas marrones que se deshacían en blanca espuma que el viento se llevaba. En ese momento un rayo de sol atravesó las nubes e iluminó las bordas negras y la cubierta blanca del remolcador, la misma espuma se hizo más blanca, el río perdió su tristeza habitual y hasta el mismo marrón del río se transformó en gris plata. Todo se coloreó de algo mágico y yo sabía entonces que la imagen del remolcador iluminado por el sol quedaría para siempre en mis ojos y en mi alma. Que no se irían nunca. Que serían parte mía hasta el final. Y cuando llegué al medio del río las olas empujadas por el viento sur se hicieron imponentes y masas de agua coronadas por espuma blanca llegaba desde lejos. Las veía llegar desde muy lejos y oía su rumor creciente y cuando las tenía cerca, una sensación de miedo y euforia me invadía, y les daba la espalda, porque pensaba que mi pobre barco se hundiría allí mismo.
Pero el Margot fuertemente escorado y con sus viejas velas tensas, embestía las olas como burlándose de ellas y miles de gotitas volaban con el viento y me castigaban la cara y el cuerpo, y se escurrían entre mis ropas. Y allí, como otros días, en ese inmenso río marrón, corriendo el viento sur con mi barquito, errando sin rumbo y sin destino, sentía esa indescriptible sensación de ser soberano de mi vida, de poder buscar sin límites, de encontrar la libertad.
Abandonado, permanecía inmóvil hasta que algún barco pasaba por el canal y su marejada llegaba a la costa. Entonces su alto mástil se balanceaba y el viejo casco tironeaba de sus amarras. Como yo, parecía impaciente de salir a navegar. De buscar otros vientos en la inmensidad del río abierto. De encontrar algún lugar mágico allá lejos detrás del horizonte. Y antes que fuera mío miré una y mil veces su alto mástil. Sus maderas despintadas. Su anacrónico bauprés. Sus líneas sencillas y austeras, y en su popa redondeada y con letras de bronce el misterioso nombre de una mujer. Y supe de su pasado incierto y su historia de bastardo. Y cuando un día fue mío repasé y cosí sus velas gastadas por el tiempo y pinté su casco de blanco y su fondo de color cobre e icé siempre una banderita celeste y blanca con un sol amarillo oro. Y con él navegué todos los vientos. Pamperos que me abordaban por la popa con sus olas marrones y su rumor amenazante. Y como vientos del sur abría las velas como dos amplias alas y el velero se lanzaba hacia adelante. Y he hecho bordes con el viento de través y sus viejas velas llenas de viento y el Margot escorado hasta que entraba agua por los bordes. Y un atardecer lluvioso vi al Juana navegando río abajo con todas sus velas desplegadas y su enorme proa embistiendo el río marrón. Y muchas veces me encontró la noche en algún riacho escondido. Y me dormía mirando el cielo lleno de estrellas. Y por la escotilla abierta, el misterioso aire nocturno me traía los ruidos de la ciudad que se veía allá muy lejos.
Pasaron muchos años. Pasó parte de mi vida. A lo mejor pasó esa urgente ansiedad que me llenaba cada vez que el viento se colaba entre los edificios y durante la noche lo había escuchado soplar y corría al embarcadero y subía al Margot que parecía tan ansioso como yo de salir al río abierto. Izaba sus velas percudidas y gastadas. Su mayor que subía hasta allá arriba y su genoa que comenzaba a flamear. Soltaba las amarras y sentía que el barco comenzaba a navegar con mayor velocidad y la costa con sus fríos edificios se iba alejando. Y hoy después de haber corrido con él todos los vientos, me pregunto por dónde andará navegando mi fiel barquito y quien será su dueño. Que le habrá deparado su destino inanimado. Y porqué fue que lo perdí, si con el sentí que la vida me reía, y conocí la libertad de vagar sin rumbo. De buscar allá muy lejos algún lugar en donde todavía nadie llegó. Pero a lo mejor, por esas cosas de la vida, nos encontramos alguna vez de nuevo, y entonces izaré todas sus velas y nos iremos para siempre.
Juan Manuel Maini. Puerto Gaboto. Marzo del 2020
Pintura: Wassily Kandinsky

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