martes, 12 de mayo de 2020

C.A URBEN. Un cuento en el umbral.



Nunca supo cómo llegó al Urben, viejo club del barrio, pero es fácil deducirlo: vivía al lado.De pibe su lema era: De su casa a la escuela, de la escuela al club y del club a su casa: Jugaba al básquet, al baby futbol, al sapo, a cualquier cosa.

Ya de muchacho iba a bailar al Urben. Seguía la primera división a la cancha que fuera. Hizo de todo, colocó guirnaldas, sirvió mesas, pintó, atendió la parrilla. Fue cronometrista, entrenador, boletero, vendió rifas, organizó colectas, no faltó a ninguna despedida de soltero. Su vida era el club que reemplazó a la familia que no tuvo. Pero el problema del club era el....buffet. Cierta vez dijo, déjenme a mí que yo tengo la solución

!Para qué!. Nunca terminó de arrepentirse. Con los años fue sosegando su espíritu guerrero y su actividad se limitaba a la cena de los viernes y alguna partida de truco entre veteranos.

Y fue una noche que se pasó con un matambre a la pizza y se sintió mal. Lo comentó a sus amigos, mintiendo que no era nada, tomó su silla y se dirigió a la cancha de básquet.

Colocó la silla en el centro de la cancha y se sentó al revés colocando ambas manos en el respaldar. Levantó la vista y se asombró al ver un cielo magnífico, como no recordaba haber visto nunca. Agradeció que nunca se hizo el discutido parabólico. Una puntada en el pecho lo obligó a bajar la cabeza y colocarla sobre los brazos

La barra pidió la cuenta, dividieron y uno exclamó. ¡Che, el loco se fue sin pagar!.

Otro repuso: Ese nunca se fue sin pagar. Lo vi irse a la cancha hace un rato largo.

Salieron disparados y se sorprendieron. !Qué salame! Se quedó dormido con este fresquete. Al llamarlo y no responder, se sorprendieron hasta las lágrimas al comprobar la muerte del querido amigo. El viejo Urben entornó sus puertas y lo velaron en la Secretaria. Uno de los amigos colocó en uno de sus bolsillos el carnet de vitalicio. Fue un desfile incesante de amigos y vecinos porque era un tipo muy querido. Pasada la media noche la concurrencia fue raleando y quedaron sólo los amigos de la peña.

-Che ¿Y si tomamos algo? No quedará bien, pero....

-¿No tirará la broca el buffetero si nos servimos solos..?.

-¡Que se vaya al carajo...con lo que hizo renegar al pobre finado!...

Arrimaron dos mesas, trajeron un par de botellas y comenzaron a beber con toda naturalidad y alguno propuso un brindis "a la salud" del finado. Esto se repitió varias veces con el argumento de que "a él hubiera gustado así". La vieja silla de paja permaneció junto a la mesa sin que nadie la ocupara y entre recuerdos, carcajadas y alguna lágrima, pasaron esa última noche con el amigo del alma.

Cuando comenzó a clarear, lavaron los vasos, acomodaron las mesas y barrieron las cascaritas de maní hasta la vereda.

Enzo Burgos


1 comentario:

  1. Excelente. Uno de los relatos a que nos tiene acostumbrado Don Enzo. Recuerdo de su Club Querido

    ResponderEliminar