viernes, 17 de abril de 2020

El ciruja





Se aburre, se desploma. El carro está atado a su caballo, que suda, que ya no puede más. Se levanta a las seis de la mañana. El caballo está atado y sabe que a esa hora comienza su calvario. Pero lo quiere, se quieren, porque saben que, al igual que el destino, no fueron ellos los que se eligieron. Lo único que tiene es su caballo. Y su caballo, lo único que tiene, es a él. Ya no tienen nada que perder, ninguno de los dos.  Se han transformado en grandes malabaristas de la vida.
El sol del mediodía le ciega la vista. Su cuerpo hecho agua humea bajo rayos dorados y fulgurantes que no perdonan a los cuerpos que los desafían. Tiene ampollas, tiene llagas, pero ya casi no las siente. Alguna vez tuve un cuerpo, piensa mientras revuelve la basura. Hace muchos años en Rosario la gente sacaba la basura en las esquinas, sobre la vereda. Los cirujas como él la revolvían buscando materiales reciclables, o directamente comida. Pero ahora con estos contenedores es más difícil. Hay que ponerles un palo para hacer un espacio, y, si se puede, meterse adentro. A veces se encuentra comida, y hay veces en las que la comida está al lado de un pañal. Pero hay demasiado hambre como para hacerse problema.
Una mujer se acerca a él, que está saliendo del contenedor. Lo hace a duras penas, y al salir se le cae la tapa, se resbala y cae al piso. Se queda en el piso, sangra, y siente un dolor que ninguno de nosotros podría tolerar. La mujer lo observa, le clava los ojos como dos faroles disparando un rayo sobre su rostro. Eso le pasa por andar revolviendo la basura, le dice. Usted debería trabajar. La miró. Necesitaba ayuda. Ella se fue. Ya era de noche, y hacía mucho frío. Intentó pararse pero el dolor no se lo permitió. Se quedó tirado, en la oscuridad. Un vecino lo vio desde el balcón, y le pareció sospechoso. Llamó a la policía. Lo llevaron detenido. La policía tenía que detener a alguien, porque en el barrio se había producido un robo. Estuvo toda la noche en la comisaría. Le hicieron marcar los dedos, y después su suerte.
(…continuará…)

Mauro Paradiso
(Coordinador del taller literario para adultos mayores
de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").


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