lunes, 13 de abril de 2020

Menage a trois




Esmeralda con paso tranquilo y seguro iba desandando casi el mismo itinerario qué hacía 20 años. Era de estatura mediana pero esbelta, con pelo castaño cortado como con descuido, y con la codicia en su mirada redescubriendo galerías de arte, tiendas de antigüedades, locales de moda y librerías
Salió del pequeño hotel en que se hospedaba, en San Germain, a dos edificios del café de flore, a escasos metros del  Boulevard San Germain.
Era una mañana espléndida de mayo, con un cielo celeste que traspasaba; los balcones de las fachadas medievales parecían arrojarse ante el andar de Esmeralda, cubriéndola de flores.
Tomó a su izquierda, para desayunar en café les Deux Magots, con sus sillas de mimbre, sus mesas muy próximas que permitían un contacto más cercano entre los clientes.
La croissant estallaba en su boca, regresaba a su memoria, como 20 años antes.
Dada la cercanía escuchaba el español torpe de una pareja que estaba situada muy cerca, mesa de por medio.
Qué bueno sería conocer París con alguna señora que desee compartir sus vivencias con nosotros, decía el señor muy rubio y de aspecto muy Yankee, a su mujer, que ahora miraba a Esmeralda en forma absolutamente directa y ciertamente traviesa.
Esmeralda sonrío para luego reír desenfadada, pagó su desayuno y se incorporó para retirarse, ante lo cual el caballero le tendió su tarjeta personal….se sonrieron y au revoir.
Se dirigió a la abadía San Germain casi enfrente del café sin dejar de recordar que una situación similar le había ocurrido en su primer viaje, con la salvedad de que en esa oportunidad era demasiado joven como para que su emoción no le diera vergüenza y se marchara del lugar, tan embarazosamente que casi se olvidaba de pagar.
Es comprensible, se dijo. Los años, la madurez, afortunadamente dan cierta liviandad a los hechos que efectivamente no son trascendentes  y permite mostrar los sentimientos sin falso pudor. Mientras se sentaba en la silla de paja de la capilla jugaba con la idea de menage a trois que daría cierta seducción a este viaje de remembranzas.
Se quedó un buen rato, respirando humedad, acobijada, en un sitio umbrío.
Luego se encaminó bajo la sombra ensortijada de los árboles históricos del Boulevard Saint Germain, se metió en una casa de moda, y no resistió embelesarse y por lo tanto llevarse una campera de jeans con bordados en perlas tan embaucadoramente dispuesta en la vidriera.
Atravesó Rue del’Universite, pasó enfrente de la Académie National de Médicine, y llegó a la orilla izquierda del Sena, con sus  puestos de buquinistas, sus pintores, sus caballetes. Esmeralda era un “flaneur” deambulando sin un rumbo fijo.
Llegó al Pont des Arts y se divisaban las torres lejanas de Notre Dame, mientras pensaba que su experiencia en aquel otro viaje estaba grabada en el paisaje parisino; era recíproco, el entorno se metió en ella y ella impregnó ese entorno, lo podía respirar.
Arribó  a la entrada principal de la catedral, plaza Jean Paul II, y buscó afanosamente esa estrella de bronce que marca el kilómetro cero de Francia, en medio del gentío, pues según la Leyenda el pisar esa losa estrellada implicaba volver a París.
Reconoció su arquitectura gótica, sus tesoros, sus tres rosetones, sus arcos decorados soportando el peso de los muros, su  interior iluminado por vitreaux y las gárgolas vigilantes del lugar.
Permaneció en silencio un buen rato, salió y luego se metió en uno de esos Café con ambientes abigarrados, para almorzar frugalmente.
Luego se dirigió a Pont au Double para llegar a la orilla izquierda del Sena y pisando los reflejos amarillentos de los adoquines para por fin arribar  a su hotel.
Pero su corazón y sus piernas se encaminaron hacia el café les deux Magots, y en la misma mesa de mimbre, que ocupaban en la mañana, estaban los dos integrantes de la pareja, él tan claro y ella tan mulata y arrogante, esperándolo con miradas seductoras y cómplices, y Esmeralda aún sin saberlo se sentó junto a ellos, fresca, risueña, con dudas en su piel, en sus convicciones; pero con deseos de conquistar y reivindicar el orgullo de vivir, que toda “Paris” entera confabulaba para darle.

La Gata Bacana
(Alumna del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").


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