Esmeralda con paso tranquilo y seguro iba desandando casi el mismo itinerario qué hacía 20 años. Era de estatura mediana pero esbelta, con pelo castaño cortado como con descuido, y con la codicia en su mirada redescubriendo galerías de arte, tiendas de antigüedades, locales de moda y librerías
Salió del pequeño hotel en que se
hospedaba, en San Germain, a dos edificios del café de flore, a escasos metros
del Boulevard
San Germain.
Era una mañana espléndida de mayo, con un
cielo celeste que traspasaba; los balcones de las fachadas medievales parecían
arrojarse ante el andar de Esmeralda, cubriéndola de flores.
Tomó a su izquierda, para desayunar en
café les Deux Magots, con sus sillas de mimbre, sus mesas muy próximas que
permitían un contacto más cercano entre los clientes.
La croissant estallaba en su boca,
regresaba a su memoria, como 20 años antes.
Dada la cercanía escuchaba el español
torpe de una pareja que estaba situada muy cerca, mesa de por medio.
Qué bueno sería conocer París con alguna
señora que desee compartir sus vivencias con nosotros, decía el señor muy rubio
y de aspecto muy Yankee, a su mujer, que ahora miraba a Esmeralda en forma
absolutamente directa y ciertamente traviesa.
Esmeralda sonrío para luego reír desenfadada,
pagó su desayuno y se incorporó para retirarse, ante lo cual el caballero le
tendió su tarjeta personal….se sonrieron y au revoir.
Se dirigió a la abadía San Germain casi
enfrente del café sin dejar de recordar que una situación similar le había ocurrido
en su primer viaje, con la salvedad de que en esa oportunidad era demasiado
joven como para que su emoción no le diera vergüenza y se marchara del lugar, tan
embarazosamente que casi se olvidaba de pagar.
Es comprensible, se dijo. Los años, la
madurez, afortunadamente dan cierta liviandad a los hechos que efectivamente no
son trascendentes y permite mostrar los
sentimientos sin falso pudor. Mientras se sentaba en la silla de paja de la
capilla jugaba con la idea de menage a trois que daría cierta seducción a este
viaje de remembranzas.
Se quedó un buen rato, respirando humedad,
acobijada, en un sitio umbrío.
Luego se encaminó bajo la sombra
ensortijada de los árboles históricos del Boulevard Saint Germain, se
metió en una casa de moda, y no resistió embelesarse y por lo tanto llevarse
una campera de jeans con bordados en perlas tan embaucadoramente dispuesta en
la vidriera.
Atravesó Rue del’Universite, pasó enfrente
de la Académie National de Médicine, y llegó a la orilla izquierda del Sena,
con sus puestos de buquinistas, sus
pintores, sus caballetes. Esmeralda era un “flaneur” deambulando sin un rumbo
fijo.
Llegó al Pont des Arts y se divisaban las
torres lejanas de Notre Dame, mientras pensaba que su experiencia en aquel otro
viaje estaba grabada en el paisaje parisino; era recíproco, el entorno se metió
en ella y ella impregnó ese entorno, lo podía respirar.
Arribó a la entrada principal de la catedral, plaza
Jean Paul II, y buscó afanosamente esa estrella de bronce que marca el
kilómetro cero de Francia, en medio del gentío, pues según la Leyenda el pisar
esa losa estrellada implicaba volver a París.
Reconoció su arquitectura gótica, sus
tesoros, sus tres rosetones, sus arcos decorados soportando el peso de los
muros, su interior iluminado por vitreaux
y las gárgolas vigilantes del lugar.
Permaneció en silencio un buen rato, salió
y luego se metió en uno de esos Café con ambientes abigarrados, para almorzar
frugalmente.
Luego se dirigió a Pont au Double para
llegar a la orilla izquierda del Sena y pisando los reflejos amarillentos de
los adoquines para por fin arribar a su hotel.
Pero su corazón y sus piernas se
encaminaron hacia el café les deux Magots, y en la misma mesa de mimbre, que
ocupaban en la mañana, estaban los dos integrantes de la pareja, él tan claro y
ella tan mulata y arrogante, esperándolo con miradas seductoras y cómplices, y
Esmeralda aún sin saberlo se sentó junto a ellos, fresca, risueña, con dudas en
su piel, en sus convicciones; pero con deseos de conquistar y reivindicar el
orgullo de vivir, que toda “Paris” entera confabulaba para darle.
La Gata Bacana
(Alumna del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").
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