viernes, 8 de enero de 2021

La literatura experimental


Frente a los cánones que intentan regular la literatura, nos propondremos entre otras cosas la literatura experimental. En este tipo de literatura el escritor no parte de un modelo rígido para luego intentar plasmarlo en su obra. Por el contrario, aunque pudiera tener algunos referentes, en la práctica puede correrse de ellos, de los caminos que marcan, y explorar los propios. Siempre se tratará de la puesta en juego de un laboratorio, en donde los ensayos conducirán siempre a nuevos resultados, a la sorpresa, a lo inesperado.

Es por ello que trabajaremos, tomándolas como referentes, a las vanguardias artísticas del siglo XX, que han roto gran parte de los cánones literarios y artísticos imperantes. Tomaremos a las vanguardias porque ellas implicaron no sólo una apuesta a trasgredir los cánones de la literatura, sino que pusieron a casi todas las disciplinas artísticas en cuestión, proponiendo una nueva concepción del mundo.

Recurriremos a las vanguardias a la vez por otras razones.

Ellas atacaron blancos que también rivalizan con la literatura que buscamos. Pusieron en entredicho a la Razón, guía ordenadora de la civilización occidental, apelando al inconsciente, a lo onírico, tratando de expresar ya no la realidad objetiva que rodeaba al artista (como lo hacía el impresionismo en el siglo XIX, expresando a su vez los gustos homogeneizadores de la burguesía) sino su mundo interno, en el que habitaba una modernidad que estaba haciendo estragos: aparecía entonces la soledad, la angustia, la alienación (como se puede ver en la pintura de Edvard Munch: “el grito”), la necesidad de revelarse contra ese mundo, habitado y mancillado por el capitalismo, por la mercantilización de la vida, por la explotación, la miseria, la automatización y la masificación, por el individualismo, mientras que a nivel filosófico el positivismo se convertía en la flamante cosmovisión del mundo, con una mirada cientificista que descartaba y condenaba al ostracismo cualquier otra forma de ver el mundo.

Como decíamos, el paso de las vanguardias hizo eclosionar los cánones del arte. A tal punto que hoy parecería que ya no existieran muros, temas tabúes, jerarquías. Ni temas prohibidos, ni reglas fácilmente identificables, o formas únicas del hacer artístico. En este sentido parecería que el arte es una extensión de escombros. Ya no habría muros que atravesar. Todo sería arte. Todo dependería de los gustos de los espectadores o los lectores.

Pero tenemos la impresión de que todo esto es sólo una realidad aparente. Porque  el hecho de que los muros y las jerarquías no sean perceptibles a simple vista no implica que no existan. Con el imperio del arte o la literatura mercantil, podría considerase que hay un arte oficial que es el que logra venderse o el que se pone de moda, deportando a los escritores que no se someten a esos parámetros.

El mercado, sutilmente, regularía los cánones artísticos. Lo que las grandes editoriales venden. Lo que los concursos consideran que es la literatura correcta. Es por eso que el escritor suele estar sujeto a la hipotética lectura que el lector pudiera hacer de su obra. Mientras que en algunas vanguardias se trataba de escribir para escandalizar a los lectores, hoy la literatura se somete a ellos. La literatura experimental, por el contrario, podrá proponerse otros objetivos: sacudirlos, estremecerlos, llevarlos por lugares a los que nunca se hubiesen animado a ir por su propia cuenta. En la literatura experimental el escritor podrá llegar al fondo de sí mismo, a ver lo que en su vida cotidiana no ve, identificar las reglas que lo someten y que se tornen insoportables (tanto para él como para el lector), mostrar, en síntesis, un mundo sobre el que nadie pone la luz o el foco. También serviría para el trance del escritor (y del lector), el viaje a lugares desconocidos. Pensaríamos entonces en que la literatura puede convertirse en una línea de fuga en la que tanto el escritor como el lector rompan el contrato comercial, dejen de ser lo que son, pierdan sus identidades, y puedan encontrarse en lugares impensados. Se trata de llevar al límite abismal de lo posible a nuestra pluma.  

Es por eso que no se tratará tanto de “aprender a escribir” (suponiendo que habría una técnica para hacerlo), sino de trabajar sobre lo sensorial, para ver el mundo con otros sentidos (ver otro mundo). También trabajaremos para llevar a la literatura hasta su límite, donde rozaría con otros lenguajes artísticos, como la pintura, la escultura, la música o el cine. Una vez que podamos ver otro mundo, podremos también escribirlo (es decir: crearlo).

En ese sentido, uno de los ejercicios que haremos es salir a hacer recorridos urbanos para tomar fotos de la ciudad. Reparar sobre los espacios en los que la gente no pone el foco, los lugares inobservados (con sus colores, sus aromas, sus sonidos), la oscuridad o la sombra de la ciudad que no vemos.

Trabajaremos con todos los estímulos sensoriales de los que podamos echar mano. Escucharemos música,  haremos música, jugaremos (se trata de volver a ser niños para escribir como niños: hay que deshacer la escritura para volver a armarla), escribiremos risas y llantos: volveremos a vivir. La literatura experimental buscará despertar muertos, muertos en vida, el autómata que cada uno lleva adentro -y en algunos casos también afuera-. Tenemos que develar las heridas invisibles que ya no sentimos, sentir la sangre que nunca parará de manar, hacer hablar a todas las voces que nos constituyen y que están en guerra, y cuya estridencia no nos deja escuchar la voz del escritor que llevamos dentro y que haría nacer todo lo que el cuerpo ha reprimido.

Mirar la ciudad, y el mundo, con ojos de extranjero, para encontrar un afuera de la literatura. Buscar una periferia, suponiendo que hay un eje literario, un centro de producción, donde se reprime todo lo que podría ser amenazador para la literatura correcta y mercantil. Porque debemos saber que la literatura correcta, exitosa, consensuada por los poderes literarios, se abroquela en su ciudad amurallada, poniéndose a salvo de otra literatura, a la que podríamos llamar salvaje. Escribiremos como niños, como analfabetos, como locos (para eso es el trastrocamiento de los sentidos), como animales, escribiremos en trance (si es que lo logramos: los poderes ejercen controles muy potentes para evitarlo). Hay que poder percibir los muros invisibles de la literatura, la razón que los construye, para poder limarlos y atravesarlos.

Escribimos por necesidad (necesidad de vivir, de volver a hablar, de un despertar sensorial), no para vender nuestra obra a hipotéticos lectores que, al tenerlos en cuenta mientras escribimos, nos censuran, nos limitan, nos adormecen, nos aplastan.

“Construirás frases gramaticalmente correctas”, dicen los poderes literarios. La gramática, la sintaxis, la significación, el sentido, diferentes frentes de ataque a la literatura que buscamos. No desconoceremos las diferentes formas de producir o de leer. Pero  trataremos de producir nuevos enunciados, por momentos jugando con la gramática, deshaciendo el imperio de la significancia. Buscaremos la polisemia, y en el límite, la asignificancia: liberar flujos de producción en los que ciertos objetos no estarían atados a un significante que los tiranice. Flujos que no se dejarían atapar por las artimañas del mercado literario, flujos que chorrearán por las páginas que escribiremos, flujos que desbordarán los límites del libro, para inundar el mundo que los rodea, con lo cual el libro estará abierto a la vida.

Los sustantivos, los adjetivos, los predicados, la dicotomía sujeto-objeto: jugaremos con todos ellos. Intentaremos registrar las fronteras borrosas que los conectan, las zonas de confusión, de ambigüedad.

Pero… ¿a dónde nos puede llevar esta experiencia?. No lo sabemos de antemano. Tal vez será difícilmente decodificable para las convenciones que hoy organiza la literatura oficial. Tal vez podamos crear un desierto literario, nuevas tierras inhóspitas, nuevos mundos, un laboratorio de producción de flujos incontrolables, donde el lector y el escritor se encuentren siendo otros, un nuevo lenguaje para ellos. Este tipo de literatura no sería para “entender” o “ilustrarse”, sino que sería una estrategia de supervivencia, para en algunos casos hacer soportable la vida, y en otros intensificarla al máximo. Debería por lo tanto fusionarse con el deseo, robustecerlo, y entregarle la pluma. El deseo, nada menos que el deseo, que yace enterrado entre los escombros, enmarañado entre esas luchas de voces en guerra, esas pulsiones literarias, que no nos dejan escucharlo. Vivimos aturdidos, hay una fuerza de creación que hay que despertar, es el gigante dormido, el que deberá escribir nuestros libros, al que incluso nosotros le tenemos miedo. Porque el deseo es también un flujo, difícil de codificar. El deseo del que hablamos no busca lectores, sólo necesita que el escritor lo exprese, y así reproducirse en nuestras páginas, energizado, al conectarse con cada fragmento de nuestras vidas. 

La literatura que buscamos (no es fácil lograr todo lo que nos proponemos, porque entre otras cosas tal vez pueda tratarse de un ejercicio infinito), intenta romper con el contrato entre escritor y lector, la relación de consumo entre ellos, de compra-venta. La literatura de mercado nos hace creer que no hay expresión posible por fuera de sus marcos. Frente a su colosal poder (en esa dinámica de prestidigitadora, de mostrar y ocultar lo que permite y lo que prohíbe),  nos cuesta encontrar una literatura singular (vehículo para una nueva vida) que circule por fuera de los canales oficiales y exitosos. Ese movimiento puede implicar tal vez cierta soledad, al no escribir ya pensando en quien nos comprará lo que escribimos.  Tal vez entonces sea la oportunidad de crear otros lectores, que pertenezcan a otros mundos, a otra era: escribir para el lector del futuro.

Uno de los motores de nuestra producción será el inconsciente, donde anida una vida reprimida. Trabajaremos con la asociación libre para llegar a esas instancias. El inconsciente debe tomar nuestra pluma, con su propio lenguaje. Un lenguaje en el que por momentos aparece la incoherencia, una semántica en la que se desmoronan las razones literarias. La polisemia: palabras que sugieren infinidad de sentidos. Y en el límite, la asignificancia, en la que ya es inútil tratar de interpretar lo que quiso decir el escritor, porque él sólo quiso liberar algún sinsentido atragantado en lo más profundo de su cuerpo. Allí, en esos bajo-fondos, anida la esquizofrenia. Palabras que se asocian de manera anárquica, que no se dejan organizar por la gramática y la sintaxis con las que opera la literatura “correcta”.

De nada nos servirá intentar desentrañar qué quiso decir un determinado escritor  cuando leemos su obra porque la literatura que buscaremos no siempre se dejará interpretar. En la poesía podremos pensar que cada verso puede conectarse con cualquier otro. En una novela, tal vez podemos pensar en la ausencia de un hilo conductor, de una progresión, en una producción intensiva. Allí el azar puede haber sido uno de los motores de producción, y lo propio ocurriría con la lectura.

Buscaremos, tanto al escribir como al leer, entrar en una despersonalización (licuar nuestra identidad, entrar en una especie de trance en el que escritor y lector dejan de estar separados y se funden).

La literatura, cuando está apresada en la búsqueda de sentidos que puedan capturar al lector, captura y encierra, previamente, al escritor. Las formalidades que la ciñen hacen de la obra algo que el lector prevé. Para salir del sometimiento habrá que escribir y deformar las personalidades, las estructuras, creando líneas de fuga, en las que ellas se desintegran, se pierden como un gas que se sale de un conducto, con toda su potencia, y se diluye en el aire para tornarse imperceptible.

Sería difícil, cuando no arbitrario, tratar de identificar en este caso a un autor. Los escritores en este tipo de literatura se esparcen por el aire infinito de la literatura, influenciados por un sinnúmero de otros escritores, y por la vida -en todas sus manifestaciones- que ingresa a su obra, abriéndola a su exterior.  

Un viaje hacia nuevas tierras, sin nombre, a las que se accede cortando los alambrados. En la producción literaria, en la que se pone en juego la singularidad del escritor (su estilo, su creación, la invención  de nuevos mundos) suele intervenir una multiplicidad. Una multiplicidad es un conjunto de singularidades. Lo que aparece ya en este punto, es la construcción de una máquina de enunciación en la que el deseo toma la pluma.

Este tipo de deseo no intentaría saciarse, no estaría ligado a la falta, no buscaría un objeto para satisfacerse. Sólo buscaría producir, escribir sin pensar a donde desembocará su producción.

Ese escritor del que hablamos es aquél que no puede vivir sin escribir. El que si no respira literatura se asfixia. Es el que sabe que la literatura comercial invade los anaqueles de todas las librerías, y no puede respirarlos. Con lo cual mientras escribe, en algunas ocasiones, no sabe a dónde irán a parar sus palabras. En esas ocasiones escribe para sí mismo. De esta manera se sale de los valores productivistas que estructuran la literatura de mercado, en la que cada palabra tiene un precio, con lo cual las palabras se trasforman en mercancías que están orientadas a satisfacer una demanda. Esa es la relación utilitaria que el escritor de mercado tiene con la literatura.

Una estrategia de este tipo implicaría la desestructuración del escritor, como condición de producción (para crear nuevos mundos hay que desarmar el que tenemos). Intentaremos en los talleres (con estímulos musicales, con juegos, con dramatizaciones, con pinturas) tocar la sensibilidad del tallerista, agitarlo, sacudirlo, para desarmarlo, y que pueda producir para rearmarse con otro cuerpo e inventarse un nuevo nombre.

Por lo tanto no sólo se tratará de un taller literario. Esta experiencia trascenderá las fronteras del arte, y pondrá a la literatura al servicio de la vida. Entonces: ¿para qué escribir?. No hay un para qué: se escribe porque no se puede hacer otra cosa.  

Mauro Paradiso (coordinador del taller literario "La cuarentena en palabras", de la Dirección de Juventudes, y del taller literario para adultos mayores de la Dirección de Adultos Mayores de la Municipalidad de Rosario).  

 

 


5 comentarios:

  1. Excelente, Mauro. Que buena definición !!

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  2. "La razón engendra monstruos". Somos seres emocionales que razonan, energía sutil dentro de un cuerpo. El discurso me recuerda a Victor Hugo: "Creer en algo es difícil, pero no creer en nada es imposible". Se aprende a escribir siendo libre de la mirada de los demás.Lo que las personas leen no siempre coincide con la verdad que quiso plasmar el escritor en su obra.
    Alguien dijo una vez: "Siempre que sentimos somos Niños" Este mundo es impecable e implacable, lo que va a hacer es tratar de bajar nuestro valor o de medirlo en términos mundanos. Un cuento de R.Bradbury lo expresa mejor.
    "Bailando para no estar muerto"(...)
    "Escribo y escribo para no estar muerto" (...)
    Formidable relato exhibicionista.
    Cortésmente,
    Horacio René Quinteros 🌷🌷🌷🌷

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  4. Impecable discurso Mauro, provocador, excitante, inmenso, vertiginoso.
    Felicitaciones
    Abrazo
    Susana✨

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  5. Interesante la propuesta del taller. Me atrae el entrecruzamiento de disciplinas expresivas. Así entiendo la vida y el arte. Saludos. Silvia

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