lunes, 5 de octubre de 2020

DOS HOGUERAS


No hubo tiempo para reflexionar -ni poco ni mucho-, apenas conocida la noticia se armó la pila y todo ardió. Rápidamente el fuego carbonizó hojas, capítulos, títulos. Obras enteras ardieron aquella noche patagónica, como sombrío presagio, tal vez.

“En 1499, en Granada, el Arzobispo Cisneros echó a las llamas los libros que contaban ocho siglos de cultura islámica en España, mientras trece siglos de cultura judía ardían en las hogueras de la Inquisición. “En 1562 en Yucatán, Fray Diego de Landa mandó a la hoguera ocho siglos de literatura maya”, nos cuenta Eduardo Galeano.

Tiempo después, lejos de la primera hoguera, hubo otra quemazón, esta vez no de libros sino de cartas. Habían sido enviadas desde el Sur por aquél que quemó los libros. Eran cartas inocentes -y también indefensas- digamos de amor (con perdón de la palabra) pero, se avecinaban tiempos de invasión, de horror y toda precaución era poca.

Hubo muchos incendios en la Argentina de aquélla época. Memorias, caricias, besos, abrazos, esperanzas, fueron arrojados al fuego.

Como vemos, los hubo antes y también después de 1976. Espanta el dato. Poco o nada hemos aprendido.

En el año 2003, cuando las tropas invasoras concluyeron la conquista de Irak, fueron vaciados todos los museos y fueron robados los libros de barro cocido que contaban las primeras historias y las primeras leyes escritas del mundo. “Ardió la Biblioteca Nacional de Bagdad y se hicieron cenizas más de medio millón de libros. Muchos de los primeros libros impresos en lengua árabe y en lengua persa murieron allí”, añade Galeano.

Del Sur al Litoral hubo, en esta pequeña historia, dos hogueras entretejidas, sin que lo supieran sus autores, urgidos por los tiempos de los déspotas.

En ambas ardieron ilusiones. Los sueños no se quemaron.

Enrique Minetti

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