Pienso que era por fines de diciembre del año 1961 o 1962. A eso de las cinco de la tarde sonó el timbre de nuestra casa y mi madre salió a atender. Pegó un grito de alegría. Cuando regresó estaba en un estado de excitación notable.
El
que había tocado el timbre era Osvaldo, el carnicero de la vuelta de casa. A él
le hacíamos nuestras compras habituales y además le habíamos comprado un número
de la rifa que anualmente hacia la Asociación de Carniceros. No sé si era el
premio mayor o uno menor, pero habíamos ganado una motoneta Siam Lambreta 150.
¡Habíamos ganado un premio en una rifa! ¡Increíble!
Esta
motoneta iba a cambiar nuestras vidas en los años siguientes. Por empezar, mis
padres debían decidir si nos quedábamos con el premio o si la cambiaban por el
equivalente en dinero. Y la decisión fue: la moto.
Ahora,
nuestro padre tenía que aprender a manejar. Menuda tarea ya que nunca había
manejado ni una bicicleta. Un amigo que tenía un “vehículo” similar le ofreció
enseñarle. Y así todas las tardes se juntaban en casa y se iban al parque
Urquiza a practicar.
Pasadas
unas semanas mi padre nos quiso mostrar sus avances y cuando regresó de la
habitual práctica nos pidió que saliéramos a la calle para conocer sus avances.
Salió por Colón hacia el sur y al llegar a La Paz quiso girar en redondo para
retomar Colón hacia el norte. Comenzó a girar a la izquierda y parecía que las
ochavas y cordones se apartaban para dejarlo pasar justito. Pero el último
cordón se empeñó en no moverse. ¡El cordón! ¡Cuidado el cordón! Mi viejo
alcanzó a saltar de la motoneta y seguir caminado por la vereda como
disimulando. La moto quedó trabada en el cordón como diciendo “¿y vamos a
seguir o no?”.
Pasados
unas semanas mi padre comenzó a ir a trabajar en su vehículo con lo que se le
hacía fácil regresar a almorzar con nosotros.
Para
el invierno se disfrazaba con guantes, pullover grueso, gorro de lana y se
ponía hojas de diario debajo del pullover. Después mi madre le confeccionó un
chaleco con una sábana vieja y relleno de diarios.
Cuando
comenzaron las clases en el industrial, mi padre se empeñaba en llevarme a la
escuela. Pero yo iba siempre con mi compañero, el gordo Perella. Era
espectacular ver a la moto con tres pasajeros, sentados uno en cada asiento y
el gordo en la rueda de auxilio. La moto iba casi en una sola rueda, por el
peso de mi amigo Rafael. ¿Habrá sido la primera moto-colectivo de la historia?
La
situación se repetía cuando mi padre salía con mi madre y mi hermana a pasear.
Claro que mi hermana iba parada delante del conductor y si había un cuarto
pasajero, se ubicaba en la rueda de auxilio.
Con
el tiempo, mi padre se dio cuenta de que la moto no era para él, por los
peligros de las calles y porque nosotros, ya pisando los quince años, la
mirábamos como para empezar a usarla. Conclusión, “Motoneta Siam Lambreta 150
cc, se vende”. Y se vendió.
Esta
fue la primera experiencia de la familia con un vehículo, después vendría la
renoleta, el Fiat 1100 y el Gordini. Pero esa será otra historia.
H.
B. Carrozzo
Qué linda historia, Héctor!! Y tan bien contada que me parece ver cada escena. Felicitaciones!!
ResponderEliminarGracias
EliminarMuy buen relato tan sencillo y tan real
ResponderEliminarFelicitaciones
Gracias
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