Lo cotidiano se esfumó en un momento...sí en un abrir y cerrar de ojos.
Todo parecía tener un cierto orden, nuestras tareas cotidianas, nuestra
rutina laboral, nuestros fines de semana que nos aguardaban para vivirlos
disfrutando salidas con amigos, o simplemente el hecho de ser libres haciendo
aquello que nos guste sin restricciones.
De repente todo se congeló, como si una puerta se hubiese cerrado con la
fuerza incontenible de un huracán, rabioso y maldito, que nos dejó paralizados
y con miedo.
Quedamos atrapados en nuestros propios hogares, víctimas de una
incertidumbre tan grande como peligrosa.
Se nos prohibieron los encuentros, los abrazos, nos alejaron de las
personas que amamos, nuestra boca se quedó sin sonrisas, cubierta con una
mascarilla burda y protectora a la vez.
Solo nuestros ojos quedaron al descubierto, y fue allí donde empezamos a
mirarnos, sí a mirarnos a los ojos...
He oído decir a algunas voces que este tiempo de soledad e introspección
nos haría mejores o peores personas.
No lo sé, no puedo afirmarlo, no puedo saber qué sintieron otras
personas, cómo transcurrieron sus vidas, durante este tiempo tan doloroso e
incomprensible.
Hubo pérdidas, muchas pérdidas humanas, y no siento decir que el dolor
sea un maestro, al menos yo...tal vez así sea, por ahora mi mente no alcanza a
comprenderlo.
Yo sentí en los comienzos de esta Pandemia, y ésta obligada y horrible
cuarentena, el peso de la soledad, como nunca antes lo había experimentado.
Pero debo admitir que después de un tiempo, permití que la soledad fuese mi
obligada compañera...entablamos una amistad, pero sólo por un breve lapso.
Me di cuenta que debía rescatarme, que debía empoderarme, para que todo
lo que sucediera a mi alrededor, no dañara mi salud física y psicológica.
Hice de mi meditación diaria un refugio, y pedí al Universo y a Dios,
paciencia, confianza, compañía, aceptación...
Y dio sus frutos, doy fe de ello.
Sentí en este tiempo, la amorosa compañía de mis Padres, mis abuelos,
esos seres queridos, que se me adelantaron en el viaje hacia la casa del Padre
Celestial.
Fue sorprendente para mí que aquello en lo que siempre había creído me
acompañaba y me daba fuerzas para continuar.
Sí, hay algo más allá, para quienes creemos y tenemos fe. Y recuerdo
siempre las palabras de alguien muy valioso para mí diciéndome: sabes... yo
creo en el amor de los que aman...es verdad, qué otra cosa podemos hacer, sino
amar, aunque a veces duela.
Pude darme cuenta que debía llenar mi copa con prisa de agua, sí, con
esa agua que tantas veces ofrecí, sin pedir nada a cambio, como debe ser, como
me habían enseñado. Es dando como se recibe...no lo olvides nunca.
Volví sobre mis pasos, y llené nuevamente mi copa, hasta casi el borde,
me di cuenta que estaba vacía...había brindado todo su contenido, y tuve temor
de dar vidrios, como una vez lo hice...a los que pudieran necesitarla, y no
estaba bueno, no está en mi esencia.
Suena egoísta, pero comencé a pensar más en mí. Me di cuenta que las
personas a veces no son lo que parecen, pero no me arrepiento de lo dado, lo
volvería a hacer, porque debe ser así.
Me deshice de la pesada carga de las culpas, de los rencores, y puse de
relieve el Perdón, tan sanador para el cuerpo y el alma.
Esa mascarilla me ayudó no sólo a protegerme de ese enemigo invisible
que nos acechaba todo el tiempo, sino también a mirar más y mejor, con más
atención, discernimiento y sabiduría.
También al observar a mi alrededor, agradezco al universo, que no deja
nada librado al azar, la compañía de mis amigos (Quién encuentra a un amigo ha
hallado un tesoro), que tuvieron la delicadeza, la ternura y el amor de
llamarme para saber de mí, sí de mí, porque teníamos tiempo, porque cuando
apreciamos a nuestros semejantes, siempre nos hacemos un tiempo. Nos conectamos
casi a diario, a través de las redes sociales o las videollamadas y así de esta
forma nos regalábamos nuestra compañía y nuestra amistad sincera y tan
necesaria en esos momentos.
Es tan bueno saber que el otro existe... y que un simple...¿hola cómo
estás?, puede cambiarnos la energía de nuestra jornada.
Esta gran pausa, me vino bien, para reflexionar, para aquietar mi mente,
mi ansiedad, para bucear dentro de mí, para volver a sentir la presencia de mi
niña interior, y para agradecer a la mujer, que hoy soy, más libre, más
independiente y más segura de mí misma.
Y al fin, volver a comenzar ahora, con un nuevo ímpetu y mucho, pero
mucho más agradecimiento, por las personas que están en mi vida, por las que
decidí que ya no estén, por aquellas que decidieron irse, y sobre todo por las
cosas que la vida me regala a diario, que son más espirituales que materiales,
y que por siempre vivirán en mi corazón, porque entiendo, que sólo se nos
arrebata aquello a lo que nos aferramos.
"Luchemos por alcanzar la serenidad de aceptar las cosas
inevitables, el valor de cambiar las cosas que podamos y la sabiduría para
poder distinguir unas de otras”. (San Francisco de Asis).
María Susana Martini.
Pintura: Edvard Munch
Hermoso relato, y muy aleccionador, mil gracias, y la frase de San Francisco de Asís, excepcional...
ResponderEliminarMuchas gracias!
EliminarSusann 🌟🌷
Felicitaciones, Susana!!! Hermoso relato.
ResponderEliminarMuchas gracias Claudia
ResponderEliminarAbrazo fraterno
Susann🌷🌟