miércoles, 29 de abril de 2020

Mi cansancio






El silencio me traslada
a los recuerdos amados
de esta tristeza mía
de soledad y letanía.

El amanecer me llama
con sus cantos sus sonidos
que mis sueños van llenando
todo el corazón mío.

Diviso el sol a lo lejos
con su fuego muy rojizo
ese calor que atraviesa
la templanza sin tu amor.

Sigo corriendo y no alcanzo
tu calor se va alejando
las voces desvanecen
persiguiendo  mi cansancio.

No persigas ya mi sombra
déjame quiero dormir
acurrucada en los verdes
de las flores al nacer

Ana María Arrieta
(Alumna del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Juan Álvarez")

martes, 28 de abril de 2020

Ella subió en la Quiaca (I)





Subió en la Quiaca, ciudad de cielos azules deslumbrantes y aire tan puro que cuesta respirar. Fue en esa hora en que las sombras comenzaban a alcanzar a los muros de adobe y las primeras luces salían de puertas y ventanas. La vi llegar desde una de esas calles empedradas que se pierden allá lejos y parecen subir hasta el mismo cielo. Llevaba con ella un bolso enorme y una mochila desteñida por lluvias e intemperies, y en esa hora que no es tarde ni es noche vi su rostro cobrizo hermoso todavía, su cuerpo delgado de mujer niña, su cabello oscuro como la noche más oscura trenzado en una sola trenza que llegaba a la cintura. Se sentó a mi lado sin mirarme, con esa lejanía inalcanzable, esa indiferencia que no es indiferencia, esa sobriedad inaccesible que llevan en su rostro y en su cuerpo los hombres y las mujeres de allá arriba. Acomodó el gran bolso entre sus piernas, y después sentada a mi lado pareció fijar su vista allá lejos, al final de una callecita que trepaba, en donde el sol ya se escondía, y una tristeza antigua se desprendía de su cuerpo abandonado. Y siguió mirando hasta que la ciudad se hizo muy chiquita y se perdió de vista. Y cuando la noche llegó y la oscuridad y el frío del altiplano entraron al viejo ómnibus, ella de su bolso gastado sacó una enorme frazada, adornada con llamas y dioses extraños con la que se cubrió. Y era tan grande que también cubrió mis piernas y se disculpó con un gesto y la retiró con timidez. Y yo, sin pensarlo, por la necesidad de una mirada, o una presencia en esa hora triste en que se va la luz, le dije que no me molestaba. Y ella me respondió con una sonrisa sumisa, y durante la noche, vencida por el sueño, muchas veces apoyó su cabeza en mi hombro, y en algún momento vi entre sueños que ella con sus pequeñas manos acomodaba un pedazo de su manta sobre mis piernas.

Texto e ilustración: JuanMa
(Alumno del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").  

lunes, 27 de abril de 2020

Raíces



De mis raíces indias
son la tristeza y la melancolía
que transmite mi pluma.
Busco incansablemente el amor
en sus diversos tonos y colores.
Soy descendiente de un pueblo avasallado,
que carga la pena de la destrucción,
de sus afanes, arraigos y valores.
Tengo el dolor muy quedo,
de la muerte en mi alma,
y el diapasón del tiempo
filtrado en mis entrañas.
Pelo chuzo...piel trigueña...
cara al viento con cicatriz de arena.
Soy partícula y polvo
de esta inmensa Pampa.
                                           
Analía Criado 
(Alumna del taller literario para adultos mayores 
de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez"). 


domingo, 26 de abril de 2020

Mirada en sepia







Abro la ventana como ayer
como antes de ayer.
Insisto en el rito añoso
de vencer la oscuridad.

El sol gris/adormecido
inunda perezoso el paisaje,
bostezan conmigo las sombras,
mientras gira la cuchara de café
en la taza tibia de café/llevándome la mano.

El reloj de péndulo
maquina su campanada inaugural
mientras estira el tiempo en la precariedad de su sombra.

Y desde la pared
quieta, intrigante,
una mirada antigua
me interpela.
Desde las rodillas de mi padre
mira inocente
¿el mañana?

Instante efímero
detenido en papel coloreado
que fue una vez, una mañana real
de un día cierto y verdadero

¿ese niño en sepia
es el hombre que hoy abrió la ventana?



                                                                                 Enrique Minetti




sábado, 25 de abril de 2020

Atardeceres


                                                                                                                      


El amor no es amado (San Agustín).


Ese hielo permanente duele y quema sin piedad.
La cruel incertidumbre de las blancas horas y la distancia llena de mareas rotas.
Llora la enredadera triste y vieja de los años ya pasados.
Fué inútil  entregar largas horas de bellas rosas vírgenes...
El olvido y su recuerdo son tenaces como el día y la noche.
Santificadas mañanas de plegarias sin queridas presencias.
Pétalos crucificados por sentir el más puro amor.
El rocío del espejo repite rostros iguales...
Almohadas con fragancias que duermen sueños de soledades acompañadas.
Sin nobleza nada hubiese hecho germinar el oscuro jardín de las tristes lápidas abiertas.
Cuando arrecia el huracán cortará las alas del bello ángel que viste el cuerpo de algunos seres, mientras tanto una espada mostrará su lado más cruel.
Dos caras de una misma moneda entrelazadas por el poder, la ambición, el deseo y la posesión, terminarán en el certero deseo de la venganza.
Ésta no pudo contra la nada de los días inventados y perfectamente ideados, para poner en marcha un cielo de cínicas esferas negras.
Perdón y olvido deberán dar las horas próximas, para poder dejar que el alma del hombre roto viva en paz.
¿Acaso es posible pensar que el humano ha sido creado para soportar litigios, que sólo son frutos de los malvados e impotentes muros que no deben ser atravesados por el odio, el rencor de un tiempo tan trágico y maldito?...
Sinsabores amargos delatan el brillo de unos ojos que a veces opacan la libertad de ver sin ver...
Un escrito sin terminar, yace sobre verdes hojas cristalizadas para que tal vez alguien los lea...
El manto del olvido tal vez deje que la verdad y el amor, tan necesarios, salgan a la luz y muestren el verdadero y mágico sentir...y que el rojo púrpura de unos labios pronuncien la palabra prisionera en el corazón.

 Marylin Thel
(Alumna del taller literario de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez")

viernes, 24 de abril de 2020

Noche de carnaval




De sus ojos verdes aceitunados, lágrimas saladas mojaban el vestido marfil bordado, primorosamente, con perlas y cristales; sin embargo, una sonrisa rojo magenta quitaba confusión,  dolor, en esa oscura noche de luna.
Alfonso, de 39 años, adjunto de la cátedra de clínica quirúrgica, era impecable en su oficio. Se acercaban de otras cátedras para verlo en su arte, incisiones precisas, suturas de alta costura, ambiente amable, cálido, parecería contradictorio, pero el que conocía Alfonso sabía que era así.
Llegaba al hospital escuela situado a escasos kilómetros del centro de Rosario, y allí enfermeras, médicas, bioquímicas, dejaban sus quehaceres para verlo pasar, para hablar con él, para algo con él.
Así era, Alfonso: seductor, fascinante, por dentro y por fuera.
Solía llegar solo, de guardapolvo impecable, mirada profunda, negra como el carbón, pelo renegrido peinado como con fijador, para que ni un solo cabello saliese de su sitio.
Hacía un tiempo se lo veía a veces llegar con una nueva pareja, una residente de 3er año de Pediatría que hacía las delicias de los caballeros del nosocomio.
Ella, Amalia, tan encantadora y atractiva como su pareja, llegaba con Alfonso en una moto de alta cilindrada y al bajar en el jardín trasero del hospital el tiempo se detenía para que el que anduviese por allí pudiera verlos pasar.
Muchas cosas se rumoreaban de Alfonso, que cambiaba de novias, todas hermosas y cautivantes, en forma tan frecuente como sus camisas, elegidas con exactitud quirúrgica.
Siempre asistía a los congresos acompañado de alguna cautivante señorita.
Eran habituales sus escapadas a Río de Janeiro, pero hacia allí se dirigía sin compañía.
Con la llegada de Amalia a su vida, éstas escapadas no habían cesado, pero sí espaciado en el tiempo. Su maleta estaba casi lista, siempre, ante alguna eventual partida.
En realidad eran dos maletas, una destinada a los congresos, y otra a sus huidas rumbo a Río.
En la primera acomodaba lo indispensable:  camisas, sweaters, y si era invierno ropa interior, dos pares de zapatos y un traje para las noches de teatro o de cenas programadas.
Ahora era Amalia la que se encargaba de dicho menester, con celo y delicadeza.
A la otra maleta, la de las huidas, nunca había tenido acceso, hasta que ambos llegaron al hotel frente a la playa de Ipanema en Río.
Amalia  había insistido en muchas ocasiones con el fin de acompañarlo en dichos viajes pero la respuesta de Alfonso era un No, cortés pero rotundo.
Hasta que al cabo de casi 2 años de relación llegaron a Río, Alfonso feliz pero con ciertas reservas, y Amalia espléndida por acompañar a su hombre en lo que era su misterio sigilosamente oculto.
Alfonso reservó dos habitaciones contiguas, lo que dejó un sabor agridulce en Amalia, pero no quiso preguntar para no romper el hechizo de ese viaje.
Es más, Alfonso sacó una entrada en un lugar VIP del sambódromo da Marqu`es de Sapucaí (en el barrio Cidade Nova de Río), y entonces, sí, Amalia preguntó por qué una sola butaca, pero Alfonso eludió gentilmente la respuesta diciéndole que todo estaba perfecto.
Las fiestas de carnaval carioca comenzaban al otro día, 40 días antes de la Semana Santa. Así que al llegar bajaron a la playa, comieron, caminaron y también durmieron juntos, traspasando la puerta lateral que unía ambos cuartos.
Alfonso lo tenía todo dispuesto en su cabeza.
Al otro día se tomarían el día libre para encontrarse a las 10 de la noche en la fiesta de carnaval.
Allí estuvo ella, puntual con su vestido de novia, tal como habían quedado. Y entre el libertinaje de olores, algarabía, sudor, gritos, sexo, goce … apareció la primera scola guiada por una Cleopatra erguida, altiva, con polvo color carmín coloreando sus mejillas y labios, lapislázuli y malaquita como un antifaz enmarcando sus ojos,…sus ojos negros como el carbón pero ahora encendidos, mirándola honda e intensamente a ella, a Amalia, y moviéndose con sensualidad, voluptuosidad, ….deteniendo el tiempo, como solamente Alfonso podía hacerlo. 

La gata bacana
(Alumna del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").


jueves, 23 de abril de 2020

La espera





Un hombre, está de pie
bajo la sombra de la copa de un espeso árbol.

Aplacado el viento, lo sumerge en la espera,
quizás de la luna o del próximo amanecer.

Vira sutilmente su cabeza, fijando la mirada
en dos direcciones.

¿Buscara la luna? ¿ O buscara el Este?

Pasado un tiempo el hombre descansa
su mano derecha sobre el tronco del árbol,
intentando librar su pierna izquierda.

Más tarde, ha reclinado su espalda
sobre la madera áspera.
Unos minutos después el hombre se ha sentado
sobre la rala hierba que rodea al árbol.

La nuca toca su espalda dolorida....
los brazos caen extenuados,
con las manos acaricia algunos pastos frescos.

Un hombre está sentado sobre la tierra,
adormecido sobre el tronco de un árbol,
el ocaso se desmenuza en rojosnaranjas.

Alejandra Merello


miércoles, 22 de abril de 2020




Mamá removió mariposas del barro.
Sus pezones quedaron encerrados
en el rumor de las alas.
Ellas bajan. 
Se posan en su hueco izquierdo
y beben.
Mamá las convoca cuando sus cicatrices
empiezan a llorar.
También en nuestros cuerpos.

…….

Su Palabra,
es un dulce estanque que tiembla en silencio,
mientras nos tomamos de las manos
y apenas dormitamos.
¿Será , acaso, el desvelo de la siesta,
o el susurro casi invisible de los sueños
lo que aún no nos deja parpadear?
La intemperie me habita. Mi madre no lo sabe.                                            
Regreso a mi hamaca
y vuelo hacia el follaje de la higuera.
Quedo suspendida.
Los ojos se me llenan de dulce.


Ana Laura Buono

martes, 21 de abril de 2020

Tenderly y la lluvia de pensamientos




Escuchando una grabación de Oscar
Peterson tocando en el Carnegie Hall el
16 de setiembre de 1950 del tema
Tenderly me acecha una lluvia de pensamientos
y recuerdos. Es paradójico, la
noche es de claro de luna, previa al retorno
a la rutina laboral.
Evoco un aguafuerte de Roberto Arlt
sobre ventanas iluminadas en la madrugada,
detrás de ellas el amor, la soledad,
el ingenio, la conspiración, la solidaridad
o la muerte pueden estar ocultas.
Me llega el recuerdo de un pintoresco
amarradero marítimo, los barcos ya fenecidos
y los que pronto partirán en
medio de la penumbra a mar abierta.
Pienso en los hombres que a esta hora
transitan las rutas en camiones llevando
mercancías, arriesgando sus vidas para
abultar aún más las arcas de los burgueses.
Pienso en las enfermeras preparando
dosis de medicación y sueros, recorriendo
pasillos y habitaciones en hospitales de
todo el mundo.
En las niñas y niños que a estas horas
deambulan por las calles ante la indolencia
de muchos.
¡Cuan finita y contradictoria la
existencia!

Carlos A. Solero
nació el 26 de julio de 1959 en el Planeta Tierra,
aún vive allí. Lucha, lee, escribe y goza.
carlossolero@gmail.com

lunes, 20 de abril de 2020

Pausa




Desintoxicarse y salvarse
arder
explotar
encontrarse y esparcirse.
Desintoxicar el aire
el mundo
el cuerpo
el alma
el tiempo y el espacio.
Desintoxicar el tiempo de la prisa
prisa que mata la magia
prisa que difama la fertilidad del silencio
ardiendo en la hoguera del deseo,
deseo que mueve montañas.
Desintoxicarse
deconstruirse
y salvarse
y salvarnos
siempre salvarnos.

Silvina Cajal
(Alumna del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").

domingo, 19 de abril de 2020




El portarretrato blanco
las mariposas quietas
los tres corazones

El mono saluda
la jirafa observa
Berenice mira sonriendo

Mi taza blanca
el desayuno espera
yo soy feliz.

Texto: Gabriela Taverna
(Alumna del taller literario para adultos mayores 
de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").
Pintura: Pablo Picasso

sábado, 18 de abril de 2020

Inmortal viajero







Camino siempre por las calles de mi ciudad que son las calles del subdesarrollo y he caminado hasta sus confines, allí en donde parece terminar la ciudad y comienza un inmenso páramo que ni siquiera tiene árboles que den su sombra. Solamente se ven casas de chapas y de cartón colocadas a lo largo de intrincadas callecitas que dan vueltas y más vueltas, y una vía solitaria que atraviesa esa inmensa extensión y se pierde allá lejos en donde sale el sol. Y he caminado por los suburbios y los suburbios de los suburbios con sus veredas rotas y sus zanjas invadidas por yuyales que poco a poco, casi sin que uno se de cuenta, se van transformando en grandes avenidas y hermosos boulevares con palmeras, y torres que parecen llegar al cielo, y barrios cerrados cada vez más cerrados, cada vez más lejos de los pobres con su enfermedad incurable que es la pobreza. Y hoy que he vuelto a cruzar nuevamente la ciudad de las mil caras y sus ocultas fronteras, veo delante mío un ciruja que camina rápido con sus zapatillas demasiado grandes, o a lo mejor es que sus piernas son flacas de tanto caminar y caminar y empujar su carrito tan pobre como él, tan vulnerable como su propia vida. Y viene de lejos con su carrito vulnerable y sus zapatillas siempre grandes. De muy lejos. Casi en donde termina la ciudad. Tan lejos que nadie llega allá, ni el progreso, ni las veredas, ni la luz, ni las grandes avenidas. Y eterno migrante, inmortal viajero con el alma encallecida, cruzará todas las fronteras y pasará por los suburbios, y los suburbios de los suburbios, y las torres y mansiones y shopping a los que nunca podrá entrar y recorrerá las calles de la ciudad, juntando cartones y buscando en la basura algo para comer. Y de tanto andar con su indigencia a cuesta, casi nadie lo vé al eterno viajero de los márgenes y solamente unos pocos saben de su pobre vida. A lo mejor cierran los ojos, o a lo mejor creen que pobres tiene que haber siempre, y viajan a ciudades lejanas y tan lindas que parecen fantasías, en donde no hay veredas rotas, ni yuyales, ni cirujas que revuelven la basura, ni piquetes de pobres perdedores que cortan las calles pidiendo las sobras del sistema y la vida se desliza irreal como en un shopping. Y la vida, y los ruidos, y el apuro sin sentido, y las injusticias viejas como el mundo, y las grandes diferencias que vé todos los días cuando con su carrito vulnerable cruce las grandes avenidas y las torres que parecen llegar al cielo y vuelva a sus casitas de chapas y de cartón, seguirán pasando a su lado casi sin que el se dé cuenta.
Y yo, espectador melancólico de la vida, trataré de preservar mi maltrecha ideología libertaria, y de preservarme, y de conservar mi lugar de privilegio cerrando los ojos a veces para no ver tanta injusticia, o esperando ese mágico momento que a veces llega, ese imprevisto instante en que el alma se ilumina y uno puede ordenar palabras con pasión, y darles forma, y tratar de que hablen de derrotados y perdedores, porque nadie habla de ellos en estas épocas de exitosos y ganadores. Aunque corran malos tiempos para las palabras escritas. Aunque sepa que nada va a cambiar. Y seguiré corriendo por la vida sin saber qué hacer con tanta indiferencia, sin saber qué hacer con mi pena viendo a un hermano comer de la basura, sin saber qué hacer con mi vergüenza por no despertarme y decir basta. Pero mientras tanto seguiré andando por estas calles desoladas en donde están mis raíces, mis afectos, mi historia, mi bandera, mi idioma, mis miserias, sus tristezas y alegrías que son las mías, sabiendo que hoy o mañana, cuando esté por terminar la noche y todos duerman, algún ciruja con sus zapatillas demasiado grandes y su carrito vulnerable volverá a su casa de chapas y de cartón andando por el senderito polvoriento que corre al lado de las vías que parecen juntarse allá lejos, en donde asoma el sol de un nuevo día.

Ilustración y texto:  Juanma. 
(Alumno del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca "Doctor Juan Álvarez").


viernes, 17 de abril de 2020

El ciruja





Se aburre, se desploma. El carro está atado a su caballo, que suda, que ya no puede más. Se levanta a las seis de la mañana. El caballo está atado y sabe que a esa hora comienza su calvario. Pero lo quiere, se quieren, porque saben que, al igual que el destino, no fueron ellos los que se eligieron. Lo único que tiene es su caballo. Y su caballo, lo único que tiene, es a él. Ya no tienen nada que perder, ninguno de los dos.  Se han transformado en grandes malabaristas de la vida.
El sol del mediodía le ciega la vista. Su cuerpo hecho agua humea bajo rayos dorados y fulgurantes que no perdonan a los cuerpos que los desafían. Tiene ampollas, tiene llagas, pero ya casi no las siente. Alguna vez tuve un cuerpo, piensa mientras revuelve la basura. Hace muchos años en Rosario la gente sacaba la basura en las esquinas, sobre la vereda. Los cirujas como él la revolvían buscando materiales reciclables, o directamente comida. Pero ahora con estos contenedores es más difícil. Hay que ponerles un palo para hacer un espacio, y, si se puede, meterse adentro. A veces se encuentra comida, y hay veces en las que la comida está al lado de un pañal. Pero hay demasiado hambre como para hacerse problema.
Una mujer se acerca a él, que está saliendo del contenedor. Lo hace a duras penas, y al salir se le cae la tapa, se resbala y cae al piso. Se queda en el piso, sangra, y siente un dolor que ninguno de nosotros podría tolerar. La mujer lo observa, le clava los ojos como dos faroles disparando un rayo sobre su rostro. Eso le pasa por andar revolviendo la basura, le dice. Usted debería trabajar. La miró. Necesitaba ayuda. Ella se fue. Ya era de noche, y hacía mucho frío. Intentó pararse pero el dolor no se lo permitió. Se quedó tirado, en la oscuridad. Un vecino lo vio desde el balcón, y le pareció sospechoso. Llamó a la policía. Lo llevaron detenido. La policía tenía que detener a alguien, porque en el barrio se había producido un robo. Estuvo toda la noche en la comisaría. Le hicieron marcar los dedos, y después su suerte.
(…continuará…)

Mauro Paradiso
(Coordinador del taller literario para adultos mayores
de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").


jueves, 16 de abril de 2020

Amor en Cuarentena:




La humana humanidad
se ha quedado muda
viendo inhumar millones 
sin armadura

No puede decir nada
porque está desnuda
disimula tapándose 
con basura.

La tierra dura
el mundo pasa
lo que supura
es lo que mata

Colapsa nuestra vida
herida sin sutura
un edificio que pierde
su estructura

Dejamos dogmas
e ideas inseguras
por la fragilidad 
de nuestra impostura

Genio y figura
en conmoción
A la sepultura
llegamos todos

Volveremos a salir 
de nuestras cuevas
cuando el peligro pase
…como siempre

Volveremos a salir
y al encontrarnos 
ya sabremos 
que somos menos
…como siempre 

Si volvemos a salir
iguales que antes
será la última
vuelta en el carrusel

Sometamos los pilares
de este amor
a cuarentena
¿a ver qué pasa?

Sometamos los pilares
de este amor
a la locura…

Autor: Diego Lambertucci
(Alumno del taller literario para adultos mayores
de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez"). 
Ilustración: Cecilia Cirilli.




miércoles, 15 de abril de 2020

En la azul Inmensidad



Los pájaros perdidos de mis sueños
se hunden en la azul inmensidad
y vuelan temblorosos, prisioneros,
como si no quisieran regresar.

Como si todo el tiempo de sus vida
fuera volar, sólo volar y nada más,
sin esperanzas de volver un día,
sin siquiera deseos de volar...

A ciegas, perturbados, temerosos,
como atraídos hacia el profundo mar...
sabiendo que si caen, ya no regresan
al nido que dejaran al marchar.

Sabiendo sí, que el rumbo que buscaban
tal vez nunca lo puedan encontrar...
aún así, vuelan igual mis sueños
en busca de la azul inmensidad.
                                                                    

                                                       Marylin Thel

lunes, 13 de abril de 2020

Menage a trois




Esmeralda con paso tranquilo y seguro iba desandando casi el mismo itinerario qué hacía 20 años. Era de estatura mediana pero esbelta, con pelo castaño cortado como con descuido, y con la codicia en su mirada redescubriendo galerías de arte, tiendas de antigüedades, locales de moda y librerías
Salió del pequeño hotel en que se hospedaba, en San Germain, a dos edificios del café de flore, a escasos metros del  Boulevard San Germain.
Era una mañana espléndida de mayo, con un cielo celeste que traspasaba; los balcones de las fachadas medievales parecían arrojarse ante el andar de Esmeralda, cubriéndola de flores.
Tomó a su izquierda, para desayunar en café les Deux Magots, con sus sillas de mimbre, sus mesas muy próximas que permitían un contacto más cercano entre los clientes.
La croissant estallaba en su boca, regresaba a su memoria, como 20 años antes.
Dada la cercanía escuchaba el español torpe de una pareja que estaba situada muy cerca, mesa de por medio.
Qué bueno sería conocer París con alguna señora que desee compartir sus vivencias con nosotros, decía el señor muy rubio y de aspecto muy Yankee, a su mujer, que ahora miraba a Esmeralda en forma absolutamente directa y ciertamente traviesa.
Esmeralda sonrío para luego reír desenfadada, pagó su desayuno y se incorporó para retirarse, ante lo cual el caballero le tendió su tarjeta personal….se sonrieron y au revoir.
Se dirigió a la abadía San Germain casi enfrente del café sin dejar de recordar que una situación similar le había ocurrido en su primer viaje, con la salvedad de que en esa oportunidad era demasiado joven como para que su emoción no le diera vergüenza y se marchara del lugar, tan embarazosamente que casi se olvidaba de pagar.
Es comprensible, se dijo. Los años, la madurez, afortunadamente dan cierta liviandad a los hechos que efectivamente no son trascendentes  y permite mostrar los sentimientos sin falso pudor. Mientras se sentaba en la silla de paja de la capilla jugaba con la idea de menage a trois que daría cierta seducción a este viaje de remembranzas.
Se quedó un buen rato, respirando humedad, acobijada, en un sitio umbrío.
Luego se encaminó bajo la sombra ensortijada de los árboles históricos del Boulevard Saint Germain, se metió en una casa de moda, y no resistió embelesarse y por lo tanto llevarse una campera de jeans con bordados en perlas tan embaucadoramente dispuesta en la vidriera.
Atravesó Rue del’Universite, pasó enfrente de la Académie National de Médicine, y llegó a la orilla izquierda del Sena, con sus  puestos de buquinistas, sus pintores, sus caballetes. Esmeralda era un “flaneur” deambulando sin un rumbo fijo.
Llegó al Pont des Arts y se divisaban las torres lejanas de Notre Dame, mientras pensaba que su experiencia en aquel otro viaje estaba grabada en el paisaje parisino; era recíproco, el entorno se metió en ella y ella impregnó ese entorno, lo podía respirar.
Arribó  a la entrada principal de la catedral, plaza Jean Paul II, y buscó afanosamente esa estrella de bronce que marca el kilómetro cero de Francia, en medio del gentío, pues según la Leyenda el pisar esa losa estrellada implicaba volver a París.
Reconoció su arquitectura gótica, sus tesoros, sus tres rosetones, sus arcos decorados soportando el peso de los muros, su  interior iluminado por vitreaux y las gárgolas vigilantes del lugar.
Permaneció en silencio un buen rato, salió y luego se metió en uno de esos Café con ambientes abigarrados, para almorzar frugalmente.
Luego se dirigió a Pont au Double para llegar a la orilla izquierda del Sena y pisando los reflejos amarillentos de los adoquines para por fin arribar  a su hotel.
Pero su corazón y sus piernas se encaminaron hacia el café les deux Magots, y en la misma mesa de mimbre, que ocupaban en la mañana, estaban los dos integrantes de la pareja, él tan claro y ella tan mulata y arrogante, esperándolo con miradas seductoras y cómplices, y Esmeralda aún sin saberlo se sentó junto a ellos, fresca, risueña, con dudas en su piel, en sus convicciones; pero con deseos de conquistar y reivindicar el orgullo de vivir, que toda “Paris” entera confabulaba para darle.

La Gata Bacana
(Alumna del taller literario para adultos mayores de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").


sábado, 11 de abril de 2020

Aislamiento




Hoy casi todo el país se ha recluido. Hoy como hace mucho no ocurría surge una voz colectiva que dice “no salgas”. Hoy como hace tanto tiempo queremos cuidar a nuestros adultos mayores. Hay quienes lo padecen, quienes se sienten en prisión domiciliaria. Pero es una gran oportunidad para que surja un deseo colectivo. Cuidar a quienes nos han cuidado toda la vida. Cuidar a los abuelos de nuestros hijos. Hacer un esfuerzo, de una vez por todas, para atender algo más que no sea únicamente nuestro ego.
Algo saldrá de todo esto. Algo quedará cuando volvamos a las calles para saludarnos otra vez con un beso, y festejar nuestra victoria. Será el momento de salir otra vez a la vereda, tomar unos mates con la vecina, sentir el viento fresco acariciando nuestras mejillas, volviendo a la vida trasformados como nunca antes. Tal vez para comenzar a creer en todos nosotros, como pueblo, hoy se nos ofrece un primer obstáculo. Pensar en nuestros abuelos, que son parte de nosotros. 

Mauro Paradiso
(Coordinador del taller literario para adultos mayores 
de la Biblioteca Argentina "Doctor Juan Álvarez").