jueves, 23 de septiembre de 2021

Pensamientos post pandemia


 

Lo cotidiano se esfumó en un momento...sí en un abrir y cerrar de ojos.

Todo parecía tener un cierto orden, nuestras tareas cotidianas, nuestra rutina laboral, nuestros fines de semana que nos aguardaban para vivirlos disfrutando salidas con amigos, o simplemente el hecho de ser libres haciendo aquello que nos guste sin restricciones.

De repente todo se congeló, como si una puerta se hubiese cerrado con la fuerza incontenible de un huracán, rabioso y maldito, que nos dejó paralizados y con miedo.

Quedamos atrapados en nuestros propios hogares, víctimas de una incertidumbre tan grande como peligrosa.

Se nos prohibieron los encuentros, los abrazos, nos alejaron de las personas que amamos, nuestra boca se quedó sin sonrisas, cubierta con una mascarilla burda y protectora a la vez.

Solo nuestros ojos quedaron al descubierto, y fue allí donde empezamos a mirarnos, sí a mirarnos a los ojos...

He oído decir a algunas voces que este tiempo de soledad e introspección nos haría mejores o peores personas.

No lo sé, no puedo afirmarlo, no puedo saber qué sintieron otras personas, cómo transcurrieron sus vidas, durante este tiempo tan doloroso e incomprensible.

Hubo pérdidas, muchas pérdidas humanas, y no siento decir que el dolor sea un maestro, al menos yo...tal vez así sea, por ahora mi mente no alcanza a comprenderlo.

Yo sentí en los comienzos de esta Pandemia, y ésta obligada y horrible cuarentena, el peso de la soledad, como nunca antes lo había experimentado. Pero debo admitir que después de un tiempo, permití que la soledad fuese mi obligada compañera...entablamos una amistad, pero sólo por un breve lapso.

Me di cuenta que debía rescatarme, que debía empoderarme, para que todo lo que sucediera a mi alrededor, no dañara mi salud física y psicológica.

Hice de mi meditación diaria un refugio, y pedí al Universo y a Dios, paciencia, confianza, compañía, aceptación...

Y dio sus frutos, doy fe de ello.

Sentí en este tiempo, la amorosa compañía de mis Padres, mis abuelos, esos seres queridos, que se me adelantaron en el viaje hacia la casa del Padre Celestial.

Fue sorprendente para mí que aquello en lo que siempre había creído me acompañaba y me daba fuerzas para continuar.

Sí, hay algo más allá, para quienes creemos y tenemos fe. Y recuerdo siempre las palabras de alguien muy valioso para mí diciéndome: sabes... yo creo en el amor de los que aman...es verdad, qué otra cosa podemos hacer, sino amar, aunque a veces duela.

Pude darme cuenta que debía llenar mi copa con prisa de agua, sí, con esa agua que tantas veces ofrecí, sin pedir nada a cambio, como debe ser, como me habían enseñado. Es dando como se recibe...no lo olvides nunca.

Volví sobre mis pasos, y llené nuevamente mi copa, hasta casi el borde, me di cuenta que estaba vacía...había brindado todo su contenido, y tuve temor de dar vidrios, como una vez lo hice...a los que pudieran necesitarla, y no estaba bueno, no está en mi esencia.

Suena egoísta, pero comencé a pensar más en mí. Me di cuenta que las personas a veces no son lo que parecen, pero no me arrepiento de lo dado, lo volvería a hacer, porque debe ser así.

Me deshice de la pesada carga de las culpas, de los rencores, y puse de relieve el Perdón, tan sanador para el cuerpo y el alma.

Esa mascarilla me ayudó no sólo a protegerme de ese enemigo invisible que nos acechaba todo el tiempo, sino también a mirar más y mejor, con más atención, discernimiento y sabiduría.

También al observar a mi alrededor, agradezco al universo, que no deja nada librado al azar, la compañía de mis amigos (Quién encuentra a un amigo ha hallado un tesoro), que tuvieron la delicadeza, la ternura y el amor de llamarme para saber de mí, sí de mí, porque teníamos tiempo, porque cuando apreciamos a nuestros semejantes, siempre nos hacemos un tiempo. Nos conectamos casi a diario, a través de las redes sociales o las videollamadas y así de esta forma nos regalábamos nuestra compañía y nuestra amistad sincera y tan necesaria en esos momentos.

Es tan bueno saber que el otro existe... y que un simple...¿hola cómo estás?, puede cambiarnos la energía de nuestra jornada.

Esta gran pausa, me vino bien, para reflexionar, para aquietar mi mente, mi ansiedad, para bucear dentro de mí, para volver a sentir la presencia de mi niña interior, y para agradecer a la mujer, que hoy soy, más libre, más independiente y más segura de mí misma.

Y al fin, volver a comenzar ahora, con un nuevo ímpetu y mucho, pero mucho más agradecimiento, por las personas que están en mi vida, por las que decidí que ya no estén, por aquellas que decidieron irse, y sobre todo por las cosas que la vida me regala a diario, que son más espirituales que materiales, y que por siempre vivirán en mi corazón, porque entiendo, que sólo se nos arrebata aquello a lo que nos aferramos.

"Luchemos por alcanzar la serenidad de aceptar las cosas inevitables, el valor de cambiar las cosas que podamos y la sabiduría para poder distinguir unas de otras”. (San Francisco de Asis).

María Susana Martini.

Pintura: Edvard Munch

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