viernes, 7 de agosto de 2020

Noche de tele. Hoy: El muñeco maldito




 Por aquellos años la televisión era en blanco y negro y no llegaba a todos los hogares. Pocas familias tenían en su hogar esos infernales aparatos llenos de válvulas, tubos, etcétera, que conectados a una antena externa nos permitía ver cine en casa. La antena se levantaba como unos ocho metros sobre los techos, había que orientarla para que la imagen del Canal 7, se viera clara y sin “nevadas”.
Así que, iniciado el año 1962, en el Canal 7 y en el ciclo de “Obras Maestras del Terror”, se presentaba: “El Muñeco Maldito”, con la formidable actuación de Narciso Ibáñez Menta y la magistral dirección de Marta Reguera. Y excelente elenco.
Todos los sábados de abril y hasta julio esperábamos el programa. Cenábamos temprano, pizza casera, por ser sábado. La vieja distribuía las tareas, vos lavás, vos secás, vos guardás y preparamos la casa para el evento. Rejuntábamos las sillas de toda la casa.
Esperábamos a los tíos, el Turco y la Lula, y primos que venían desde barrio Belgrano en un pequeño auto a compartir la velada televisiva. La familia llegaba ya cenados, por lo que traían algo para el café que se tomaba.
Y así, puntualmente durante casi cuatro meses, a las nueve y media de la noche, sentados en las sillas o los sillones, algunos en el suelo, esperábamos el comienzo de la serie.
Había que apagar la luz para poder ver mejor, pero alguna tenía que quedar prendida.
No recuerdo con exactitud la trama de esta serie que nos tenía a todos concentrados siguiendo las andanzas de este “muñeco” de caminar vacilante, lento.
Sí recuerdo el primer capítulo, que comenzaba con la ejecución de un reo en la guillotina. Luego, alguien se llevaba los restos del guillotinado y con otros cadáveres construía un “muñeco”.
Recuerdo los gritos de terror de mi prima y de mi hermana y de algún otro más, cuando la escena se ponía escabrosa. Cosa frecuente. O alguna risa contenida para no demostrar que estábamos realmente asustados. O la carcajada desaforada de todos ante la pavada.
Si llegaba a sonar el timbre o el teléfono en medio de alguna escena complicada, creo que podría ocurrir una catástrofe. O una estampida.
Recuerdo que la voz de ultratumba de Narciso Ibáñez Menta nos ponía los pelos de punta. Cuando el muñeco caminaba a pasos lentos, tambaleante, causaba terror.
La cara del Marqués de Coulteray era para asustar al más valiente. Ni hablar de Benito Mason, el armador de muñecos.
Quizás algún mayor hacia un comentario como para enfriar el ambiente, pero en vano. La tensión estaba, el susto permanecía, hasta en los viejos.
Pasada una hora llegaba uno de los momentos más problemáticos. Los visitantes tenían que volver a casa. Y ¿quién salía a la calle a esa hora?
¿Y quién se iba a dormir sin mirar dentro del ropero o debajo de la cama? Las sensaciones eran tantas, que más de uno de nosotros no dormía esa noche
En fin, la vida seguía, pero en alguno de nosotros quedó como una marca.

H. B. Carrozzo
Pintura: Nestor Bastee

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