Es de
noche; llueve. La señora Muriel de Souza no puede dormir, mira el
cielo raso, piensa que tiene muchos muebles, los va a vender, no sabe a quién,
ni a cuánto, de esa manera repasa porque aparecen las cosas que uno no sabe.
Los
relámpagos iluminan por la única ventana que hay en la habitación, con su
marido vivo por supuesto era diferente, los vidrios de la ventana había sido lo
último que hicieron juntos, transformarlos en vitrales.
La casa
Colonial -pensó Muriel- cuanto hacia que no visitaba a su vecina Martita, demasiados kilómetros separaban a su vecina de ella, pero había un
motivo del porque ella había dejado de ir, Muriel tenía facilidad para borrar
de su mente todo lo que quería olvidar.
Afuera
el odio desgarrador del cielo, como decía su marido cada vez que tenía uno de esos ataques poéticos que a
ella la enamoraban tanto.
A lo
mejor el té que tomaba todas las noches
no había hecho efecto, y por eso no podía dormir, pensó.
El
sonido del teléfono sonó más aterrador que los truenos.
Muriel
entrada en años, como era tomo coraje y levanto el teléfono como años atrás,
una misma noche de lluvia.
La voz
de una joven le dice que hubo un accidente en la ruta 31, tanto años viviendo
en ese pueblo que ya había olvidado en cuál ruta vivía, la voz seguía hablando
entre quejidos y congojas que se asemejaban
a un llanto.
-Se
equivocó de número… señorita, dice Muriel mirando los vidrios de la ventana
empañada.
-No me importa
quién es usted, ayúdeme!!!
-Voy a
llamar a la policía, decía Muriel haciendo chocar los dientes.
-Veo
luces azules y rojas hace rato, pero están como detenidas a lo lejos
-Quédate
tranquila chiquita ya van a venir ayudarte
-Tengo
miedo, quiero a mi mama!!!
Como
esas cosas que aparecen sin que uno las espere se acordó porque había dejado de
ir a visitar a su vecina. Los crujidos del otro lado del teléfono no cesaban:
-Ya sé
que me equivoque… mi primo m...Novio están muertos, por favor no me deje…
A esa
altura el diluvio era total, el agua empezaba a entrar por debajo de la puerta.
Miró el
piloto colgado en el perchero, afuera sigue lloviendo y no pareciese que vaya
parar.
León Carpignano
Fotografía: Grete Stern
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