miércoles, 5 de agosto de 2020

Las cosas que uno no sabe


Es de noche; llueve. La  señora  Muriel de Souza no puede dormir, mira el cielo raso, piensa que tiene muchos muebles, los va a vender, no sabe a quién, ni a cuánto, de esa manera repasa porque aparecen las cosas que uno no sabe.
Los relámpagos iluminan por la única ventana que hay en la habitación, con su marido vivo por supuesto era diferente, los vidrios de la ventana había sido lo último que hicieron juntos, transformarlos en vitrales.
La casa Colonial -pensó Muriel- cuanto hacia que no visitaba a su vecina  Martita, demasiados kilómetros  separaban a su vecina de ella, pero había un motivo del porque ella había dejado de ir, Muriel tenía facilidad para borrar de su mente todo lo que  quería olvidar.
Afuera el odio desgarrador del cielo, como decía su marido cada vez  que tenía uno de esos ataques poéticos que a ella la enamoraban tanto.
A lo mejor el té que tomaba  todas las noches no había hecho efecto, y por eso no podía dormir, pensó.
El sonido del teléfono sonó más aterrador que los truenos.
Muriel entrada en años, como era tomo coraje y levanto el teléfono como años atrás, una misma noche de lluvia.
La voz de una joven le dice que hubo un accidente en la ruta 31, tanto años viviendo en ese pueblo que ya había olvidado en cuál ruta vivía, la voz seguía hablando entre quejidos y congojas que se asemejaban  a un llanto.
-Se equivocó de número… señorita, dice Muriel mirando los vidrios de la ventana empañada.
-No me importa quién es usted, ayúdeme!!! 
-Voy a llamar a la policía, decía Muriel haciendo chocar los dientes.
-Veo luces azules y rojas hace rato, pero están como detenidas a lo lejos
-Quédate tranquila chiquita ya van a venir ayudarte
-Tengo miedo, quiero a mi mama!!!
Como esas cosas que aparecen sin que uno las espere se acordó porque había dejado de ir a visitar a su vecina. Los crujidos del otro lado del teléfono no cesaban:
-Ya sé que me equivoque… mi primo m...Novio están muertos, por favor  no me deje…
A esa altura el diluvio era total, el agua empezaba a entrar por debajo de la puerta.
Miró el piloto colgado en el perchero, afuera sigue lloviendo y no pareciese que vaya parar.
León Carpignano
Fotografía: Grete Stern








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